La gran importancia de Benito Pérez Galdós (1843-1920) como escritor se manifiesta tanto en sus novelas como en sus Episodios nacionales. En ellos nos muestra la historia de España y como ha dicho Almudena Grandes “el concepto de memoria que tenemos hoy”. De ahí su vigencia y actualidad.
Montes de Oca, octava novela de la tercera serie, fue escrita entre marzo y abril de 1900 y publicada ese mismo año. El protagonista elegido por Galdós es el coronel Santiago Ibero, afecto al general Espartero, que asumió el poder tras la abdicación de María Cristina, regente de la futura Isabel II de España. Diego de León, Borso de Carminati y Montes de Oca, junto con O´Donnell (que logró escapar), fueron fusilados por la sublevación conservadora que realizaron contra la política de Espartero.
El relato desarrolla los hechos ocurridos en Madrid, Vitoria, Pamplona y otros puntos de la geografía española, además de contarnos las desventuras de Manuel Montes de Oca. Madrid y sus calles y cafés, el mundo de los empleados, funcionarios y militares aparecen a través de Santiago Ibero, coronel defensor de Espartero y el progresismo.
Enrique Tierno Galván a través del estudio preciso y erudito que realiza de la obra, nos da la oportunidad de conocerla con profundidad. En el ensayo Galdós y el episodio nacional Montes de Oca, estudia con precisión las fuentes y con minuciosidad la historia y la sicología del joven y valeroso conspirador fracasado. Afirma que lo elige “por razones estéticas que procedían del feliz encuentro de su mundo imaginario con un personaje real”.
¨D. Manuel Montes de Oca, el más ardiente paladín de la regencia de Cristina, el que la proclamó condensando en una idea política el sentimiento poético y la caballeresca devoción de su alma soñadora, noble en su delirio, grande en su loco intento, al propio tiempo insensato y sublime, gigantesco y pueril…con una resonante proclama…”
El Romanticismo ha dejado su huella. Destaca igualmente el viejo profesor sus descripciones, que no envidian a las de Pereda. La famosa tormenta, que precede a su muerte, es un ejemplo de ello:
“No era floja tempestad la que se echaba encima. Para zafarse de ella, apalearon los viajeros al infeliz caballejo que tiraba del coche; mas no obtuvieron la velocidad que deseaban. Descargó la primera nube antes que llegasen a Oteiza. El iracundo viento quería resolver los cielos con la tierra, y durante un rato el polvo y la lluvia se enzarzaron en terrible combate, como furiosos perros que ruedan mordiéndose. Los giros del polvo querían enganchar la nube, y ésta flagelaba el suelo con un azote de agua en toda la extensión que abrazaba la vista. El polvo sucumbía hecho fango, y retemblaba el suelo al golpe del inmensísimo caer de gotas primero, de granizo después. Los campos trocáronse un instante en lagunas; retemblaba el caserío de las aldeas como si quisiera deshacerse, y los relámpagos envolvían instantáneamente en lívida claridad la catarata gigantesca. Grandiosa música de esta batalla era el continuo retumbar de los truenos, que clamaban repitiendo por todo el cielo sus propias voces o conminaciones terroríficas, y cada palabra que soltaban era llevada por los vientos del llano al monte y del monte al llano. Como al propio tiempo caía el sol en el horizonte, y la luz se recogía tras él temerosa, iban quedando obscuros cielo y tierra, y la tempestad se volvía negra, más imponente, más espantable. En la confusión de ella se perdieron, como la hoja seca en medio del torbellino, los cuitados viajeros que a media mañana habían salido de Olite en un mezquino carricoche. Se les vio luchar contra los elementos desencadenados, avanzar por en medio de la espesa lluvia y del desatado viento, queriendo achicarse y escabullirse; pero tal navegación era imposible, y en la revuelta inmensidad desaparecieron bien pronto el carro y caballo y caballeros.”
Destaca también Tierno con su sentido del humor, la calculada documentación que hace de los hechos y la literaturización que hace de ellos. Afirma que Galdós leyó todo lo que se había escrito y hasta se acercó a algún familiar.
Como apunta María Zambrano en La “España de Galdós “las obras de Galdós son un alegato moral y político que mejor supo novelar episodios trascendentales de la obra de España”. Esa España en la que las revoluciones ilustradas perdieron siempre frente al analfabetismo nacional, hábilmente manejado por el clero y esa España de la aristocracia decadente y caciquil. Siglos de retraso y autoritarismo hasta la llegada de la democracia de 1978, que contó entre sus forjadores a Tierno Galván.
Buñuel en Mi último suspiro, su formidable libro de memorias, dice que Galdós es comparable a Dostoievski, pero ¿quién lo conoce fuera de España?
Con la fecha cercana del Día del Libro, brindamos homenaje a Benito Pérez Galdós y al profesor Enrique Tierno, que tan bien supo analizar su obra, seguros de que escritores como Rafael Chirbes y algunos más se sumarían con gran entusiasmo.
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