Ignacio Martínez de Pisón es un escritor que, instalado en la senda del realismo al que la literatura española le debe tan buenos títulos, no defrauda. Su última novela, Fin de temporada, tiene un arranque que me ha removido profundamente. Esos años en los que una veinteañera tenía que abortar porque ni siquiera podía adquirir anticonceptivos legalmente. Una pareja de enamorados que tiene que tiene que cruzar la frontera porque social y personalmente no pueden asumir una situación plena de dificultades. Una madre soltera en la España de misa los domingos y mucha mentira. Había que ocultar, se trataba de eso. La familia poniendo pegas y cortando las alas, bueno, no todas las familias. En España eso de parecer y aparentar se ha llevado mucho. Que mamá no se entere. Lo que conviene y lo que no.
He leído varias novelas de este autor, la descripción de lugares y la caracterización de personajes están siempre muy logrados. La novela no puedes dejar de leerla y la conclusión de que hay apegos feroces que te arrastran hasta perderte es el eje central. El amor de esa madre da angustia, por muy ricos que esté los garbanzos, también las circunstancias y el trauma que le ha tocado vivir. Que en qué casa no hay secretos y cuántos cuando se desvelan todo lo revuelven. Secretos y mentiras.
Carreteras secundarias, El día de mañana y Enterrar a los muertos lo sitúan en primera fila y por eso conocerlo y leerlo nos aporta muchas ganas de seguir leyendo. Escribe con una prosa sencilla que atrapa al lector, con mucho oficio y conocimiento de la realidad de la gente corriente. Siento por este autor la misma admiración que por David Trueba.
Remover el pasado y que la verdad salga a la luz no es tarea para la que estemos preparados ni muchos seamos capaces de asumir. Pienso en una canción de Neil Young…bueno pues a pesar de que un camping no sea un lugar para echar raíces, ni la proximidad de una central nuclear dé la más mínima seguridad, a pesar de que los amores se esfumen y los amigos nos dejen, incluso a pesar de las lágrimas…hay que seguir, hay que recobrar la claridad.
No es fácil tener veinte años y que la vida se tuerza o que te cargues con un pasado incierto cubierto de errores, Iván es un buen chico al que el instituto no le ha ofrecido nada y ha tenido que sortear obstáculos que lo van a hacer mayor para siempre. Hay fuegos cuyas cicatrices permanecen siempre en la piel. No es fácil perder a tu novio y tener un hijo sola y en huida permanente. Viajes, viajes de ida y vuelta.
Parece que Pío Baroja y lo mejor de nuestro realismo están en este escritor cuya imaginación ha sabido desarrollar una historia cuyo arranque conoció por una anécdota. Los setenta ya quedan lejos, los problemas en los que la novela nos va adentrando son de siempre, ese es el logro de la novela, acercarnos a lo que hemos vivido o vivimos de una u otra manera.
-Creemos que nuestra familia es especial pero al final las historias son siempre muy parecidas, ¿no? las bodas, los nacimientos, las muertes…
– ¿Sabes en qué nos parecemos tú y yo? En que siempre nos ha faltado algo. Otros lo tienen todo y luego dejan de tenerlo. Tú y yo nunca hemos llegado a tenerlo. Igual que tú no conociste a tu padre, yo no conocí a mi madre. Si lo piensas, puede que sea que sea hasta una ventaja. Puede que gracias a eso seamos fuertes. Que el dolor de la pérdida nos afecte menos
Las referencias a Nada de Carmen Laforet que Iván y Céline se intercambian descubren los problemas de los jóvenes en una sociedad que solo ofrece provisionalidad.
Soportar la verdad no es fácil, hay quien la huye constantemente, se oculta la memoria familiar para borrar un pasado que permita construir un futuro.
Esa es la cuestión: no eres el mismo si sabes unas cosas que si no las sabes. Saber nos hace diferentes, nos convierte en otras personas. ¿Cómo me gustaría no saber algunas cosas que ahora sé y seguir siendo el mismo!
Hay que arrancar como si nada con esa voz que te dice no te desanimes, cambia de rumbo
Liquidar la vida anterior exigía construir una nueva, en la que no quedaran resquicios por los que pudieran aflorar el pasado. Por eso trataba de llenar su vida de la única manera que sabía: viviendo. Es decir, haciendo de todo, hablando con todo el mundo, yendo a todos sitios, metiendo a nariz en todas partes.
No fueron fáciles esos años en los que la falta de libertad confinaba vidas. Las mujeres despojadas de sus derechos; los estrechos límites familiares ajustaban el camino con una responsabilidad que apenas dejaba actuar fuera del disimulo, la ocultación y la mentira. La sociedad española ha cambiado y se han conseguido, con muchas luchas, unas cotas de libertad que no podemos permitir que se pierdan. En la novela se percibe ese cambio social. Evitemos repetir los mismos errores una y otra vez.
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