El óxido o los rumores atendidos

Todo este asunto empezó como un martilleo lejano y débil. Era algo débil, poco perceptible. Pero con suficiente atención, alcanzábamos a oírlo de muy temprana mañana. Unos pocos comentamos esa rareza y empezamos a prestar atención cada mañana.

Con el tiempo fue tomando entidad. A principios del invierno era casi real, aunque aún lejano. 

Medio en broma, comentábamos que esos golpes en el horizonte bien podrían ser los pasos de un gigante que anduviera cerca. 

Pasaban los días y se intuía algo desmedido. Eso sonaba con un eco grave como son los sonidos propios de un puerto, o una gran industria o una enorme construcción. 

De golpe, en un frío atardecer del color del óxido, tomo presencia y desde entonces, ya real en nuestras cabezas, parecía mantenerse siempre a la misma distancia Como si hiciera su trabajo incansable y fuera rematando tareas paso a paso. 

A cinco semanas de acabar el invierno ya sonaba un golpeteo rítmico, real y provocado por algo de gran peso, gruñendo la violencia de un empuje que quisiera matar a la tierra. 

En ese momento empezaron las discordias. Porque quedaba gente que decía que no oía nada y osaban a ponernos en peligro con sus dudas. Pero los que tuvimos opción de salvarles, los más atentos lo oíamos con claridad y empezábamos a sentir a aquella cosa vibrar bajo nuestros pies. Llegaba eso sí, todavía desde lejos.  Pero se el asunto se convirtió en un machaqueo constante, como jamás se había oído antes.

Su mensaje, que en los primeros días de aquel gigantismo no sabíamos descifrar, se abría camino entre la humedad del valle, o quizá fuera ella la que invitaba a que se propagara. Siempre hubo brujas en estos lares y a ellas les gustaba manejar a la niebla, pero por suerte, las estábamos identificando.

A pesar de la obvia realidad que ya suponía, ninguno de nosotros se atrevió a acercarse. Podíamos conocer el peligro, pero era todo muy peligroso. Ni siquiera tuvimos el valor de salir de la ciudad. Algunos ya hacían como que no existiera, negando la realidad. Otros sólo se escondían en casa y llenaban las despensas. Unos pocos, muy pocos, hablábamos de aquello. Porque es necesario hablar de las cosas para escudriñarlas y sacarlas de su escondite. 

Hicimos un comité para tratar este riesgo. Con cada reunión, con cada sospecha, imaginábamos mejor e íbamos llegando a dibujar posibles explicaciones.
Ahora, cerca de la primavera, ya es un sonido continuo, con ritmo de andante. Los golpes son de algo más pesado que antes. En realidad, solo podemos hablar y sospechar, porque por el miedo, decidimos desconectar toda comunicación con el resto del país. 

Si no damos señales, no nos podrá encontrar, o al menos tardará más en llegar. Tras la primera semana de incomunicación encontramos que aquello volvió a cambiar. Esta vez resultaba insoportable. Incansable crueldad en su machaqueo, porque parecía hacerlo sobre algo orgánico. A veces podíamos oír el crujir de huesos, y a veces el sonido resultaba más seco y luego paraba unos segundos, como si aquello que lo moviera pensara, o cargara con nuevo material de animales y hombres a triturar.
Pobre juventud, decían algunos. Otros estábamos convencidos de que, por los gritos que imaginábamos, morían tanto hombres de todas las edades, como animales. 

Los naranjas empezamos a pensar que era culpa de los morados y ellos, estoy convencido, pensaban que la culpa era nuestra.
Hace dos semanas, y tras estudiar la cadencia, llegamos a la conclusión, no sin ciertas peleas, de que no era nada mecánico. Era imposible.
Si al menos fuera una máquina, o cañonazos de la guerra, estaríamos más tranquilos. Pero la imperfección propia de lo humano y, por qué no, de lo divino nos da más miedo.
Desde hace unos días suena más cerca. Está acercándose de manera terrible y no sabemos cómo actuar.


Ahora ya no hablamos entre nosotros. Conservamos la poca comida que nos queda y desconfiamos de nuestros vecinos. Ya acabamos con esas brujas, pero puede haber más. No vamos a trabajar ni cultivamos la tierra. El ganado vaga a sus anchas por las calles y los perros empezaron a atacar a ovejas y personas. Todos desconfiamos y aguantaremos lo más posible. También tenemos claro que, si hay que entregar huesos y carne a lo que sea que llegue, estamos dispuestos a entregar a los vecinos morados y si toca, por qué no, a los compañeros naranjas. No sabemos qué es lo que llega, pero ya sí sabemos mucho de la gente de esta ciudad y lo que hay que hacer en una crisis severa como la que estamos afrontando. 

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