Sangre en los tejados

El barrio de Downstone era de pocos cambios. El lugar rompía el paisaje presentándose como un conjunto apelotonado de casas que, escalando entre dos colinas parecían querer escapar de la suciedad del río contaminado por la mina. La mayoría de las casas miraban al suroeste con grandes ventanales, como quien busca algo en el horizonte, algo que nunca llega. Eran edificaciones de dos o tres pisos con piel de piedra oscura y tejado rojo, de acabados pobres y de baja calidad que protegían como podían a sus habitantes. Al otro lado del río se desarrollaban otros dos barrios de la ciudad, limpios cómodos y, por su buena comunicación por tren y carretera, con posibilidades de fácil escape hacia otras ciudades.

El barrio surgió en torno a 1820. Originalmente fue un conjunto de cuatro casuchas junto al río y había ido creciendo según necesidades de la industria, usando una mezcla de orden cartesiano y falta de planificación. Daba aspecto de colmena vieja en la que era muy incómodo vivir. Llegar a muchas de sus casas tras una visita a la zona comercial o tras jornada de trabajo en la mina ,era asunto de buena forma física y paciencia. Por suerte, el avance trajo algunos automóviles y un pequeño tranvía que, a cada hora y para aquellos que habían bajado a la zona cercana al río, ayudaba a alcanzar el fuego del hogar. 

Downstone, era lugar feo donde hacía frío y llovía casi todo el año. 

No era raro que desde que la mina empezara a despedir trabajadores, algunas casas quedaran abandonadas y que, en aquella tendencia, algunos de sus habitantes buscaran una puerta de escape y posibilidades en otras zonas de la comarca. Era duro vivir en aquel sitio, pero al menos, con sus pronunciadas pendientes hacia la ribera, ponía fácil tomar las maletas y hacer cuesta abajo el primer tramo de la escapada. 

Downstone no ayudaba a llegar y sí invitaba a salir.

La última maleta en bajar la vertiginosa pendiente fue la de Maria. Lo hizo en el día de navidad, cerrando la puerta del número treinta y siete de la calle Silverstone, con un profundo suspiro de liberación. María se convertía así en la última vecina que había abandonado el barrio y junto a su marido pasaba a ser la fuente de cotilleos durante, como poco, seis meses. A ella ya no le importaba aquello. Tampoco a su marido Ernest, que quedaba en el apartamento intentando digerir el coctel de pena y liberación.

Vivía en el tercer piso y desde las ventanas liberadas de cortinas permanecía quieto mirando la mole de ladrillos, adoquines y asfalto que se apelotonaba colina abajo. En días tristes hacía eso, porque le gustaba pensar que era San Francisco.

Sonó el timbre y Ernest fue a abrir. Miró por la mirilla y vio que quien llamaba era Charly, el vecino de abajo que, al otro lado de la puerta rascaba preocupado su cabeza, despeinando el poco pelo que le quedaba. Charly era buen hombre, algo raro, poco hablador pero muy buena persona. Ernest abrió.

  • -Hola 
  • -Hola Charly, pasa.
  • -Gracias Ernest

Charly limpió las suelas de sus zapatos en el felpudo desgastado, pasó y luego restregó las palmas de sus manos sobre los laterales su chaqueta, como si quisiera limpiarse de algo pringoso recién tocado. Luego miró a uno y otro lado, mostrándose incómodo o nervioso. Claramente no sabía qué decir ni cómo actuar. Se hizo un silencio desagradable, de los que solo mejoran con más silencio. Charly miró a su anfitrión y emitió una sonrisa forzada mientras buscaba algún punto en el que fijarse para evitar mostrar pupilas de compasión. 

Conocía perfectamente la casa, pero ahora la miraba con otros ojos, como quien observa el desastre de un campo de batalla tras la retirada de las tropas. 

Observó el salón al que se accedía directamente desde la puerta que daba a la escalera comunitaria. Sobre el mueble de madera, en sus baldas donde había unos pocos libros de leyes, dormía, además, una extraña colección de objetos poco útiles. La mayoría estaban descoloridos por la falta de atención y algunos sorprendentemente cuidados como los juguetes preferidos de un niño. Entre ellos, y custodiados por un vaso de cristal de Venecia y una dama hecha figurita de falsa porcelana, llamaban la atención un par de muñecos de plástico bastante realistas. Eran Batman y Tarzán que parecían ser ajenos al cutrerío del resto de la casa. Ellos andaban limpios, luciendo pecho alto muy plástico y brillante

Un reló despertador marcaba los segundos con cierta desgana. Pero al menos era de agradecer que recordara que, algo, por poco que fuera, ocurría en aquel lugar mezcla de modas, huellas de disgustos, silencios y registros del cambio del mal gusto a lo largo de las décadas.

  • -Siéntate aquí—Dijo Ernest alargando el brazo tras haber hecho volar un cojín de lana rosa hacia algún destino poco meditado—Aquí, por favor

Charly sorteó una mesita baja de cristal que lucía marcas de vasos y portaba un cenicero cargado de colillas de tabaco muy mal aplastadas.

  • -Gracias

Ernest decidió romper el hielo

  • -Se ha ido esta mañana, ya lo sabréis todos. Se fue con la maleta de nuestra boda y por todos los infiernos, que hacía años que no la veía tan guapa.

Charly miró a sus zapatos de rejilla para contestar

  • -Sí, lo sabemos, fue escandalosa con sus zapatos de tacón

En aquel momento, como si el cielo quisiera hablar, se hizo un claro en el horizonte, justo en el punto de muerte del sol. La manta homogénea y gris de nubes se convirtió en un dibujo de olas de vapor limpio, dejando paso a torrentes de luz que parecían generar la espuma naranja y roja de estratos y cúmulos. 

  • -Mira Charly, ha salido el sol

La luz llegaba al tercer piso del treinta y siete de Silverstone y rebotaba caprichosamente entre el agua que vestía a fachadas y tejados. Luego, dentro del apartamento parecía limpiar de tristeza y frialdad todos los objetos y, multiplicándose en los distintos vidrios repartidos por el salón, hacía un magnífico juego de dibujos delicados y muy desordenados.

No sabían muy bien la hora que era, pero el atardecer se acercaba y frente a ellos aparecía un espectáculo increíble. Los colores, entre el baile de algodones anaranjados, se tornaron en poco tiempo más rojizos y fue cuando Ernest quedó sobrecogido.

Aquella luz trajo la sangre en los tejados, la sangre olvidada, la sangre de vida y la sangre nuevamente olvidada. Aquel barrio vivía por unos segundos con una belleza extrema que emborrachaba a esos dos tipos olvidados y poco acostumbrados a mirar con ojos de admiración. Andaban boquiabiertos por algo que no era fácil de explicar. Era la belleza de lo oculto, o quizá la de lo sencillo, la que quita el aire y encoge el pecho. Una belleza que en realidad no se diferencia de la de los lugares más maravillosos que puedan existir en la tierra, porque es la belleza mirada con la extrema necesidad del alma por tener un respiro entre tanta oscuridad.

Aquella sangre en los tejados, aquellas lágrimas de lluvia y toda esa luz maltratando a la tristeza.

  • -¿Qué hora es? –Preguntó Charly sin apartar ojo del espectáculo
  • -Normalmente vemos el discurso de la reina en la noche de Navidad—Respondió Ernest absorto.

Tick, tack, tick, tack…. Silencio.

Poco a poco el sol fue ocultándose tras el horizonte y las nubes cerraron el telón hasta que la noche volvió a ser como todas en Downstone. Ernest se levantó y encendió la tele.

  • -¿Nos saltamos las noticias? Te ofrecería algo de cenar, pero no me queda nada decente, haré un té.
  • -Gracias
  • -Son las nueve y cinco—Ernest miró hipnotizado a las figuritas de Batman y Tarzán mientras en la televisión aparecía un joven Errol Flynn.
  • -No debería quedarme mucho tiempo
  • -¿Sabes? –Ernest miraba ahora con admiración a Errol Flynn —El problema, el causante de todo fue él. Siempre quise ser como él y ¿Quién puede ser Errol Flynn en Donwstone? Ella nunca entendió esto y sacrifiqué mi vida por su imposible escuela de modelos aquí, en el culo del mundo. El culo de un mundo sucio y retorcido, mugroso ya de por sí.

El reló despertador había perdido la cuerda hacía un rato, por lo que dio permiso para el silencio que, con cierto tono enérgico, rompió Charly.

  • -Pues…Ayer te habría firmado todo lo que dices, Ernest. Pero después de mirar por la ventana, creo que los únicos culos, al menos en Downstone, somos los que nos quedamos aquí buscando escusas para justificar lo triste de nuestra elegida vida. Olvidando que lo que hemos visto hace un rato existe en otros sitios y lo dejamos escapar convencidos por el miedo, usando escusas para creer que este sitio es nuestra mejor apuesta. Aparte de eso, los lugares son tan buenos como los que vivimos en ellos. Eso pienso Ernest.

Ernest miró a Batman y luego a Tarzán. Habría preferido no escuchar ese jarro de realidad.

  • -Odio quedarme hasta tarde viendo el debate sobre el estado de la nación.

Era claro que prefería seguir en su ilusión de maltratado por la vida y también era claro por qué se fue maría.

  • -Creo que es mejor que me vaya. Nos vemos Ernest. Cuida te. Espero que mejores y te liberes.
  • -Gracias por la visita Charly. Adiós
  • -Acuéstate pronto. 

Ernest miró a la ventana e imaginó a María feliz, con su blanca piel rozada por el frío de la noche, erguida y orgullosa desprendiendo el perfume de sus encantos algo marchitos y tomando el ferry de Londres. Una lágrima calló por su mejilla. 

Luego, de pie frente a la ventana, recordó aquella la sangre en los tejados y el corazón se le encogió hasta el dolor.

Errold Flynn abandonó la pantalla. Batman permaneció vigilando dios sabe qué mientras la dama de falsa porcelana le observaba. La televisión quedó encendida hasta el atardecer del día siguiente cuando, tras forzar la puerta de la entrada, Charly la apagó.

El reló no marcaba ya más segundos y en Downstone nadie volvió a saber de Ernest

Basado en el tema Blood on the rooftops de Génesis