Escribir acerca de Chejov produce el mismo placer que leerlo. Nos ayuda el Curso de literatura rusa de Nabokov, Vida de Chéjov de Irene Némirovsky, el maravilloso cuento de Carver, Tres rosas amarillas y el análisis de Zúñiga en Antón Chéjov y las gaviotas. La primera lectura seria y apasionada se la debo, como tantas otras, a mi buen amigo Antonio Roura, me regaló unos Cuentos imprescindibles que me dejaron fascinada y que después he trabajado siempre con mis alumnos. La mejor biografía del autor nos la ha ofrecido Natalia Ginzburg, imprescindible por el hermoso retrato que narra.
Nos vamos a referir a Chéjov escritor de cuentos, quizá los mejores junto con los de Borges y Cortázar que yo haya conocido. Los primeros relatos los escribió Chéjov para aliviar la pobreza de su familia. Era siervo y compró su libertad y la de su familia. «Una infancia sin infancia», como la nombra el propio Chéjov. Estudió medicina y se tituló en la universidad de Moscú. Como médico, conoce bien la vida de las provincias y siempre luchó por una sociedad más justa. Nunca cobró a los pobres. Sus primeras ediciones de cuentos contaron enseguida con la admiración de los lectores y se le contó entre los escritores de primera fila y así pudo dedicarse de lleno a la literatura. Adquirió una pequeña finca cerca de Moscú para toda la familia y allí, entre árboles y flores, se afanó en hacer fecunda la tierra y crear cosas nuevas. Se interesó en la construcción de la primera Casa del Pueblo de Moscú, con biblioteca, sala de lectura, auditorio y teatro… construiría tres escuelas para hijos de campesinos, en las cercanías de Moscú. Dotó a Moscú de una clínica para enfermedades de la piel. Más tarde, cuando se trasladó a Crimea, construyó allí una cuarta escuela. Escribió a Gorki: «Si cada hombre hiciera lo que puede sobre su pequeño palmo de tierra, ¡qué maravilloso sería este mundo!
Chéjov es un escritor de verdad, un intelectual que nos brinda la armonía completa a través de sus cuentos, un buen hombre que confiaba en el poder del arte, la cultura y el buen hacer: esto es lo que hace feliz al ser humano. Un idealista al que no se le puede adscribir a partido político alguno. Sus personajes llenos de vida, los envuelve en un humor que muestra vidas grises y, a veces, desgraciadas. Con un léxico comprensible y un estilo sencillo, Chéjovnos atrapa con la historia que nos hace pensar y sonreír o llorar cuando finaliza, desentrañando la verdad más sutil y, por eso mismo, más velada y trascendente bajo una historia que termina conmoviendo.
La dama del perrito es de las mejores. Trata del fortuito encuentro amoroso de dos personas unidas en matrimonio. Una pareja obligada a vivir en jaulas separadas bajo el tormento de la pasión. Sexo adúltero y soledad. Anna llora, Gurov la tranquiliza…algo se nos ocurrirá. Dos vidas: la oficial y la secreta
La corista en la que una mujer pide las joyas a la amante de su marido con el fin de que no la echen a la calle con su familia por las deudas contraídas por el marido infiel. Al final le entrega todas las joyas que tiene.
Vanka es uno de mis favoritos, un muchacho de nueve años que ha sido enviado a Moscú como aprendiz de zapatero, escribe una carta a su abuelo la noche de Navidad. Le cuenta sus desgracias y pide a su abuelo que lo saque de allí, donde le pegan y martirizan, pasa hambre y frío… en contraste con la vida en la aldea, feliz dentro de la pobreza.
Antes de empezar dirigió a la puerta una mirada en la que se pintaba el temor de ser sorprendido, miró el icono oscuro del rincón y exhaló un largo suspiro.
El papel se hallaba sobre un banco, ante el cual estaba él de rodillas.
«Querido abuelo Constantino Makarich -escribió-: Soy yo quien te escribe. Te felicito con motivo de las Navidades y le pido a Dios que te colme de venturas. No tengo papá ni mamá; sólo te tengo a ti…
Vanka miró a la oscura ventana, en cuyos cristales se reflejaba la bujía, y se imaginó a su abuelo Constantino Makarich, empleado a la sazón como guardia nocturno en casa de los señores Chivarev. Era un viejecito enjuto y vivo, siempre risueño y con ojos de bebedor. Tenía sesenta y cinco años. Durante el día dormía en la cocina o bromeaba con los cocineros, y por la noche se paseaba, envuelto en una amplia pelliza, en torno de la finca, y golpeaba de vez en cuando con un bastoncillo una pequeña plancha cuadrada, para dar fe de que no dormía y atemorizar a los ladrones. Lo acompañaban dos perros: Canelo y Serpiente. Este último se merecía su nombre: era largo de cuerpo y muy astuto, y siempre parecía ocultar malas intenciones; aunque miraba a todo el mundo con ojos acariciadores, no le inspiraba a nadie confianza. Se adivinaba, bajo aquella máscara de cariño, una perfidia jesuítica.
Le gustaba acercarse a la gente con suavidad, sin ser notado, y morderla en las pantorrillas. Con frecuencia robaba pollos de casa de los campesinos. Le pegaban grandes palizas; dos veces había estado a punto de morir ahorcado; pero siempre salía con vida de los más apurados trances y resucitaba cuando lo tenían ya por muerto.
En aquel momento, el abuelo de Vanka estaría, de fijo, a la puerta, y mirando las ventanas iluminadas de la iglesia, embromaría a los cocineros y a las criadas, frotándose las manos para calentarse. Riendo con risita senil les daría vaya a las mujeres.»
El beso; Enemigos; Relato de un desconocido; Tristeza…igualmente retratos sin concesiones de una humanidad «sufriente”. En estas maravillosas narraciones de escasas páginas contadas con la mayor naturalidad y con una ambientación que atrapan al lector en una mezcla de prosa y poesía que no evita el humor. Al final sentimos los conflictos, las esperanzas y los sueños que se resuelven en belleza más compasión, lo sublime con lo insignificante. «Miraos bien y fijaos en la vida inútil y triste que lleváis»
Los relatos siempre exigen atención y recogimiento. Chéjov por sus cuentos y su teatro es una referencia para la literatura del siglo XX. Su actualidad hace de este escritor y de otros narradores rusos de su tiempo -autores en busca de la sencillez y lo verdadero-, una de las más sobresalientes de la literatura universal. Nos referiremos a su teatro, tan malo como el de Shakespeare, como dijo Tolstói, un cercano domingo de otoño de esperanza y melancolía.
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