Benito Perez Galdós

El amigo Manso, corazón humanitario

Publicada en 1882, se puede encuadrar, dentro de la obra de Galdós, en el llamado periodo naturalista (1881-1885). Más concretamente, en el periodo espiritualista o idealista, en la que el autor, bajo el estímulo de Zola junto con el magisterio constante de Cervantes y el Quijote, declara la superioridad de la realidad sobre la imaginación.

Madrid y sus gentes. Bajo una mirada crítica e irónica conocemos una sociedad desmoronada: el mundo de lo cursi y las apariencias, los aristócratas decadentes, el querer y no poder, los arribistas…una sociedad en la que todo lo puede el dinero. La clase trabajadora, el pueblo como clase, apenas aparece; es la burguesía, mediocre e hipócrita, la que se nos revela con la reproducción de su habla y los modismos populares. Todo ello tan magistralmente descrito que poco le cuesta al lector, a medida que avanza la historia, unirse a la voluntad de conocerlos, sonreír… Y hasta comprenderlos.

En realidad, la novela es el estudio de los estados del alma de Máximo Manso, hombre maduro, profesor de filosofía, que vive con ansias reformadoras a través de la educación. Cuánto la emparentará después con la nivola de Unamuno: el personaje nace y muere en la mesa del escritor. La mediocre sociedad burguesa que lo rodea con sus delirantes y obsesivas ilusiones de medrar configuran un cuadro que nos producen risa, a veces a carcajadas, como a Manso. También dolor: el amor no todo lo puede, la bonhomía y dedicarse a ayudar a los demás tampoco.

La educación y sus maestros. Los libros y la literatura.  El magisterio a unos alumnos que le devuelven el fracaso, Manuel e Irene, nos recuerdan la relación entre Manso y los krausistas, poniendo nuestra atención en cómo Galdós nos confía la narración de la vida de Manso para poder juzgar la sociedad de la época, desde hablar para no decir nada o qué deben saber las mujeres (todavía Galdós no ha iniciado su relación con Emilia Pardo Bazán). La ironía con la que Galdós presenta la decepción de nuestro protagonista no nos deja indiferentes. La parte sentimental e idealista de Máximo en sus relaciones con Irene pasa de considerarla «poseedora de una naturaleza superior compuesta de maravillosos equilibrios» a darse cuenta de que es una mujer normal que sólo quiere seguridad económica y odia el estudio y los libros. La realidad se impone y Máximo la comprende y hasta la disculpa. No leía sus escritos sino las cartas de Manuel…

El asunto de la educación consiste en comprender y aprender la realidad. Máximo es un profesor fracasado que corrige sus teorías a base de realidad. Con su hermano, José María, aprende la «asombrosa variedad de las miserias humanas».

«Lo que hace falta es un maestro que, al mismo tiempo que sea maestro, sea un buen amigo, un compañero que, a la chita callando y de sorpresa, le vaya metiendo en la cabeza las buenas ideas; que le presente la ciencia como cosa bonita y agradable, que ni sea regañón ni pesado, sino bondadoso, un alma de Dios con mucho pesquis; que se ría, si a mano viene, y tenga labia para hablar de cosas sabias con mucho aquél, metiéndolas por los ojos y el corazón».

Los burgueses y sus ganas de aparentar, de hacer del dinero y el ascenso social el núcleo de sus mediocres vidas con la complicidad del clero y política de prebendas y favores (muy cómicas las tarjetas de presentación), en definitiva, la política clientelar en uso. Todo contado por Máximo en primera persona, afirmando unos valores espirituales que cuesta seguir para adaptarse a un medio tan vulgar en el que afirma «yo no existo» o » me voy» distanciándose como personaje del mundo que refleja el texto.

Los títulos de los capítulos son otro logro de texto puesto que terminan y abren parte de la narración. No son un capricho ni un adorno. Este artificio narrativo junto con las brillantes descripciones de los personajes (doña Cándida con todos los atributos del animal) nos revelan un autor universal.

Por último, los garbanzos en todas sus variedades (garbanzos redondos con su nariz de pico) citados en numerosas ocasiones ironizan y ridiculizan a estos personajes grandilocuentes y disparatados (qué cerca Valle…).

Este Madrid con su paisaje humano, la identidad de unos personajes vivos, llenos de matices y el equilibrio entre la expresión popular y la culta, y, sobre todo, la mezcla entre el humor y lo más grave, hacen de este libro la oportunidad de acercarnos al Galdós más esencial.

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