Joven y talentosa escritora argentina de actualidad, Mariana Enriquez aborda los aspectos más sórdidos de la sociedad con su literatura sin miedo y con verdad. Su último libro, una colección de doce cuentos titulada “Las cosas que perdimos con el fuego”, recrea una sociedad que aparta y deja de lado a los más débiles, y da voz a aquellos que no la tienen.
Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) pertenece a una generación de talentos jóvenes y femeninos que se acercan a los aspectos más sórdidos de la sociedad en la que viven sin miedo y con verdad. Periodista y escritora sus libros despiertan un interés enorme. Su primera novela Bajar es lo peor, con veintiún años, le siguieron Cómo desaparecer completamente, 2004, y Chicos que vuelven, 2011, y el libro de relatos Los peligros de fumar en la cama, 2009. En su literatura caben distintos géneros desde la novela negra al terror, pasando por el realismo sucio y la crónica. Ahonda en el vertedero de la existencia con la belleza de que vivir también es estar a la deriva.
Los doce cuentos que componen este libro impresionan y sobrecogen, la autora da voz a los que no tienen voz y recrea una sociedad que aparta y deja de lado a los más débiles. Pobreza, hambre, sufrimiento que destapa el egoísmo social. No hay verdad más grande que la vida. En esta galería de personajes deformes, maltratados, sucios y solos, el lector no sospecha de la verosimilitud y una incomodidad se apodera sin remedio hasta convertirse en pesadilla.
Edificios abandonados o encantados. Viviendas que sobrecogen en las que puede suceder los hechos más insólitos en un panorama de dolor y aislamiento. Ritos primitivos, animales repugnantes, el lado oscuro de la vida al que cuesta mirar y en el que no te quieres reconocer. Desamor, pobreza y miseria. La mayoría de los cuentos están protagonizados por mujeres de distintas edades, un hecho sobrenatural cambia la realidad y la transforma hasta inquietarnos.
Los hechos que narra se basan en episodios de la vida real, ha dicho la autora. Lo más macabro de la sociedad mezclado con hechos insólitos. Cuentos extraños, incómodos. Adicciones que nos hacen sentir dolor, la violencia de género y el machismo que deja desamparadas a las mujeres. La soledad, la contaminación (un barrio deforme por el agua contaminada del río), la enfermedad mental, la dependencia a internet y la brutalidad policial, también están en los cuentos.
Enríquez mezcla hechos macabros de la sociedad con hechos insólitos, creando un conjunto que apodera al lector y le lleva al lado oscuro de la vida al que cuesta mirar y en el que no se quiere reconocer.
Pero el chico no la entendía. Se levantó con sus piernas de puros huesos, el sexo desproporcionadamente grande, la cara cubierta por la sangre, las tripas y los sedosos pelos negros de Eli. Pareció buscar algo sobre la cama; cuando lo encontró, lo levantó hacia la luz del techo, como para que Paula viera el objeto con claridad.
Eran las llaves de la puerta. El chico las hizo tintinear y se rio y su risa vino acompañada por un eructa sanguinolento. Paula quiso correr, pero, como en las pesadillas, le pesaban las piernas, el cuerpo se negaba a darse vuelta, algo la mantenía clavada en la puerta de la habitación. Pero no estaba soñando. En los sueños no se siente dolor.
Los cuentos forman un conjunto, una unidad, que se apodera del lector, muy próximos al terror psicológico de una escritora arriesgada, atrevida, con un mundo interior complejo y propio. “El chico sucio”, “La casa de Adela”, “Fin de curso” y el cuento que cierra el libro me han parecido impresionantes y difíciles de olvidar. Se aborda el terror contemporáneo a partir de problemáticas sociales. El estado de riesgo en que viven las mujeres y el desastroso resultado de una sociedad enferma. Aficionada a la literatura de terror, fundamentalmente la anglosajona, sus relatos son punzantes y sobrecogedores.
Hasta que, en clase de Historia, alguien dio un pequeño grito asqueado. ¿Fue Guada? Parecía la voz de Guada, que además se sentaba cerca de ella. Mientras la profesora explicaba la batalla de Caseros, Marcela se arrancó las uñas de la mano izquierda. Con los dientes. Como si fueran uñas postizas. Los dedos sangraban, pero ella no demostraba ningún dolor.
Cortázar, Borges, Silvina Ocampo, tradición de escritores argentinos que dominan el cuento y la narración, cuyos relatos no tienen fronteras. Un género para los que prefieren las lecturas breves e intensas.
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