El gran Coetzee

Nació en 1940 en Ciudad del Cabo y se crio en Sudáfrica y en Estados Unidos. En la actualidad vive en Australia. Ha sido profesor de literatura, lingüista y crítico literario. Premio Nobel de literatura en 2003, ha obtenido en dos ocasiones el premio Booker. En España ha sido galardonado con el premio Llibreter 2003 y el Premio de Redonda, creado por el escritor Javier Marías. La Academia Sueca destacó que su «obra está fuertemente marcada por la época del apartheid lo que, lejos de darle carácter local, la convierte en universal”. Algunas de sus posibles influencias son Miguel de Cervantes, Daniel Defoe, Fyodor Dostoevsky, Ford Madox Ford, Fraz Kafka, Luigi Pirandello, Samuel Beckett.

En Desgracia con una prosa implacable y eficaz, con un estilo sencillo sin alardes formales, y una estructura bien diseñada, Coetzee nos adentra en la vida de un perdedor al que su mundo, frágil, se le desmorona.

David Lurie es un profesor que ha perdido la ilusión por el trabajo y que, a los cincuenta y dos, vive la madurez que vislumbra la vejez. Tras ser acusado de acoso sexual, es rechazado y expulsado de la Universidad. Las causas: el puritanismo sexual de una Sudáfrica en la que la vida privada de las personas es un asunto público y el conflicto racial entre los blancos de la ciudad y los negros del mundo rural que luchan por recuperar sus bienes y su dignidad. Huyendo de estas circunstancias apremiantes, se marcha de Ciudad del Cabo y se refugia en la granja de su hija Lucy. Intenta terminar un ensayo sobre Byron. Sufren una agresión terrible y David percibe que su vida ha sido un fingimiento sucesivo: sus matrimonios, su necesidad de satisfacción sexual y el placer que le ha proporcionado Soraya, la prostituta que visitaba cada jueves…la pasión física por las alumnas jóvenes y sus ensayos, escritos para cubrir el prestigio universitario.

El deseo y su fuerza irremediable. La historia de una crisis social cruzada con una historia personal en permanente declive. La violencia y la desventura de la condición humana, la vida «como la de un perro». 

¨En una situación normal-dice -yo diría que después de cierta edad uno ya es demasiado viejo para aprender lecciones. Solo puede ser castigado una y otra vez. Pero puede que eso no sea verdad, o que no lo sea siempre. Por lo que se refiere a dios, yo no soy creyente, de modo que tendré que traducir a mi propio lenguaje lo que usted llama dios, y los deseos que tenga Dios. según mi propio lenguaje, estoy siendo castigado por lo que sucedió entre su hija y yo. estoy sumido en una desgracia de la que no será fácil que salga por mis propios medios. Y no es un castigo a cuyo cumplimiento yo me haya negado, al contrario. ni siquiera he murmurado contra lo que me ha caído encima. al contrario: estoy viviéndolo día a día, procurando aceptar mi desgracia como si fuera mi estado natural. ¿Cree usted que a Dios le parecerá suficiente que viva en la desgracia sin saber cuándo ha de terminar?»

[…]

«Que no me olvide de este día, se dice él tumbado junto a ella cuando ya están agotados. Después de las dulces y jóvenes carnes de Melanie Isaacs, a esto he terminado por llegar. A esto tendré que empezar a acostumbrarme, a

esto y a mucho menos que esto.

-Se hace tarde-dice Bev Shaw-. tengo que irme.

Él aparta la manta a un lado y se pone en pie si hacer ningún esfuerzo por ocultarse. Que su mirada abarque su ración de Romeo, piensa él, que se detenga en sus hombros caídos y en sus flacas piernas. desde luego que se hace tarde. Pende en el horizonte un postrer resplandor carmesí, la luna luce en lo alto, el humo se ha posado en el aire, del otro lado de una franja de tierra yerma, de las primeras hileras de chabolas, llega un ronroneo de voces. Ante la puerta, Bev se aprieta por última vez contra él, apoya la cabeza sobre su pecho. Él la deja hacer, tal como le ha dejado hacer todo lo que ella ha tenido necesidad de hacer. Sus pensamientos vuelan hacia Emma Bovary en un momento en que planta ante el espejo después de su primera tarde triunfal. !Tengo un amante, tengo un amante!, canturrea Emma para sí. Bueno, pues dejemos que la pobrecita Bev Shaw regrese a su casa y cante lo que tenga que cantar. y ya basta de llamarla pobrecita Bev Shaw. Si ella es pobre, él está en bancarrota.»

Como Steinbeck, su marcado realismo no está exento de un lirismo comprometido con la realidad social y la consideración moral de unos personajes que conocemos a través de la palabra exacta, pero Coetzee no se conmueve, muestra al lector con fría y calculada matemática el triste sufrir del que muy pocos se libran.

En su última novela El polaco, una narración corta, se aprecian, en parte, los valores literarios de quizá el mejor escritor en lengua inglesa. El encuentro fortuito de un pianista polaco y una señora de la burguesía catalana, gente adinerada que pertenecen a un círculo, de buen porte y distinción, da lugar a una historia de enamoramiento y distancia algo forzada. Las reflexiones acerca de la vejez, la música de Chopin, Dante y el amor, muestran a un autor conmovido por el paso del tiempo, la poesía y la preocupación por las lenguas, las traducciones, las dificultades de la interpretación y la comunicación.

La frialdad en contraste con la mirada que atraviesa se resuelve en Mallorca con una relación sexual que invita a no repetir, un viejo y feo cuerpo masculino, cuando ya es el alma lo que se desea. La modesta termina llamando príncipe mío al hombre con el que no ha viajado a Brasil, vacaciones junto al mar, ni ha logrado que cumpla su último sueño.

Publicada en castellano como primera lengua, Coetzee distingue entre personas sólidas con sustancia, líquidas y personas hechas de aire. A través de interrogaciones continuas va resolviendo misterios y mostrando una sociedad en la que los contrastes, de la sopa de col y la guerra a los conciertos, de la infancia de hambre a la distinción social de la gente adinerada, están amenizados con el poder transformador de la música.

La higuera, los almendros, la belleza de un agradable día de otoño cuando las hojas están cambiando, los arces en octubre acompañados por los sonidos de Bach, Chopin o Lutoslawski conviven en la narración con un hombre vencido por la historia y el tiempo sin memoria con un corazón lleno de amor que logra estar entre las piernas de una mujer que le da la paz y el deseo que necesita, pero que se muestra en todo momento severa, contenida y rígida, negación continua.

Matrimonios que conviven sin ardor con la elegancia de una convivencia agradable sienten la sacudida de una intensidad que ya han perdido. Cuando el tiempo no es nada, nospriva de los cuerpos y el deseo es patrimonio del alma, la poesía y la música proporcionan el poder transformador que nos es imprescindible para seguir viviendo con alegría, en paz.

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