Antonio Machado, que estás en los cielos

La fascinación por la poesía a veces llega abrigada en la música de los grandes intérpretes. Mi  admiración y respeto por uno de poetas más importantes del siglo XX en Europa, empezó así: una cinta copiada del disco de 1969, del cantante catalán,  Joan Manuel Serrat, Dedicado a Antonio Machado, poeta.  A veces, cuando la escucho, me asiste una doble nostalgia de tiempos y ausencias.

Antonio Machado, catedrático de francés, profesor de Instituto recorrió, por su profesión varias ciudades de la geografía hispana. Ian Gibson en Ligero de equipaje nos ayuda a recorrerlas. Ese trasiego “funcionarial” le llevó en primer lugar a Soria, ciudad que ha dejado inmortalizada para la literatura y de la que surgieron magníficos poemas que recrean su paisaje y que la presencia de Leonor Izquierdo Cuevas, esposa del poeta, incluso mejora. Recuerdo la primera vez que fui a El Espino y encontré esas flores frescas que pidió a su amigo  Palacio en primavera.  Después, San Saturio y el paseo junto a Duero que nos presentan a un Machado romántico, lleno de intimidad espiritual. La poesía, palabra en el tiempo.

Baeza acogió  a un Machado dolorido que, a pesar de reconocer la belleza de la ciudad en cada paseo,  lo mantuvo entre la pena y el aburrimiento. El distanciamiento de Madrid le debió suponer irritación y desaliento. «Voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo». Un hombre andariego que introducía el paisaje en sus poemas. Machado caminaba y reflexionaba, sus pensamientos lúcidos nos han inspirado con sus versos esa honda palpitación del espíritu.

Cuando llegó a Segovia, Madrid le quedaba más cerca, aunque recordemos que entonces se tardaban cuatro horas en tren «siempre sobre la madera de mi vagón de tercera». Los segovianos aplaudieron que el poeta de Castilla volviera a Castilla y pudiera hacer de la ciudad una segunda Soria. Viajaba los fines de semana a Madrid una vez que tomó posesión de su cargo «quieta y pacíficamente», fórmula consagrada que de un hombre como él no se esperaba otra cosa.

Machado fue activista y militante de conciencia republicana y leal al compromiso con el progreso de España.  En marzo de 1921 se produjo el asesinato de Eduardo Dato, presidente del Consejo de Ministros. La noticia consterna al país. Machado vive deprimido el día a día del discurrir sociopolítico de España. Se hace amigo íntimo de Blas Zambrano, padre de María Zambrano, que preside la Liga de los Derechos del Hombre, fundada en Francia, veinticinco años, atrás y cuya sección española preside con Miguel de Unamuno, al que Machado siempre fue fiel. Fue uno de los fundadores de la Universidad Popular Segoviana, la actual real Academia de Historia y Arte de San Quirce. El 24 de marzo de 1927 es elegido miembro de la Real Academia Española, aunque, como corresponde a su escepticismo, no le da importancia como se recoge en la carta que  le escribe a Unamuno que sigue exiliado en Francia y al que don Antonio echa de menos en la España miserable y chabacana de Primo de Rivera: «Es un honor al cual no aspiré nunca”.  Redactó un discurso de ingreso que quedó en borrador.

La prosa que escribe Machado es como su poesía un ejemplo de sensibilidad y lucidez. Las conversaciones de Juan de Mairena con sus alumnos son un ejemplo de ironía y sabiduría. Inteligencia y ejemplaridad.  Filosofía social y reflexión cultural, como ha señalado Caballero Bonald. Dedicó una emocionada elegía a Francisco Giner de los Ríos «Allí el maestro un día/soñaba un nuevo florecer de España».  

Tenía el poeta en Segovia una habitación pequeña y sin ventana, la ventilación escaseaba y el frío era mayor que en la calle. Al llegar cumplía cuarenta y cuatro años, vivió trece en Segovia. Allí el 22 de abril de 1924 supo que en Madrid se acababa de imprimir Nuevas Canciones. El tema de la esposa perdida y la soledad del poeta junto con la nostalgia y recuerdo de Soria deja traslucir el profundo anhelo de otro amor. 

Es en Segovia donde conoce a Pilar de Valderrama, poeta madrileña, ferviente admiradora de la poesía del maestro. Era junio de 1928.  Después se vieron en Madrid, aunque con distancia, una mujer muy católica que lo que buscaba en el amor era la fusión de almas, de corazones, ternura…tras un matrimonio fracasado.

Tú me buscaste un día

-yo nunca a ti, Guiomar,

y  temblé al mirarme en el tardío

curioso espejo de mi soledad.

Machado se enamora y se siente seguro en el amor, Pilar no acude a sus encuentros, siempre con excusas. Siempre inquieto por la incertidumbre de poder encontrarse con su amada, Machado, en esa búsqueda, sigue con  sus actividades literarias, España atraviesa por momentos difíciles.

Tu poeta

piensa en ti. La lejanía

es de limón y violeta, 

verde el campo todavía.

Conmigo vienes, Guiomar,

nos sorbe la serranía.

De encinar en encinar

se va fatigando el día.

El tren devora y devora

día y riel. La retama

pasa en sombra; se desdora

el oro de Guadarrama.

Porque una diosa y su amante

huyen juntos, jadeante, 

los  sigue la luna llena.

El tren se esconde y resuena

dentro de un monte gigante

Cuando Machado abandona Madrid ella ya lo ha hecho. El peregrinaje que le espera hasta llegar a Colliure es la historia de la desgracia de España. El éxodo de los vencidos.

Estos días azules 

y este sol de la infancia

Recuerdo cuando mi padre, emocionado, me dijo que habían encontrado esos versos en el bolsillo de su chaqueta.

En la primavera que llegué a Collioure también encontré flores frescas en su tumba. Vi ese cielo azul y pensé que mi maestro había vivido el episodio más trágico de la historia de esa España dividida que nos hiela el corazón.

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