Ramón María del Valle Inclán, un gallego genial

Más de un año escribiendo y esperaba encontrar el momento para dedicar unas palabras a un escritor tan importante que se encuentra entre mis favoritos. Una edición de las Sonatasme ha devuelto la confirmación de lo que digo, una edición ilustrada con las cuatro Sonatas, un lujo. Un libro hermoso que está en consonancia con el contenido, se lee, se toca, se ve y se disfruta. Contar con una buena edición, cuidada, me parece un respeto para el lector y el escritor. Las he releído de un tirón.

Volver a las Sonatas mucho tiempo después. Luces de Bohemia es seguramente con La casa de Bernarda Alba la obra de teatro más importante de la primera mitad del siglo XX. Testimonio literario de una época deberían ser lectura obligatoria para los alumnos, al igual que Platero y yo de Juan Ramón Jiménez.

El Prólogo a cargo de Luis Alberto de Cuenca sitúa a Valle con Borges y Cervantes en la cima de la literatura universal de los escritores en español. Sin duda, valiosos escritores que merecen nuestro reconocimiento.

La Sonatas, publicadas entre 1902 y 1905, junto con las Leyendas de Bécquer, Ocnos de Cernuda y Platero pertenecen a la prosa luminosa, a la conmovedora que no se olvida. 

Leí la Sonata de Otoño en primer lugar y creía que era mi favorita, ahora las cuatro me han gustado por igual. La belleza del vocabulario, los lugares y la perfección musical y sonora las convierten en una obra imprescindible que se debe recomendar en los centros de estudio. Una obra provocadora con un protagonista el marqués de Bradomín, un don Juan feo, católico y sentimental, que se sitúa desde el yo relator en las cuatro etapas de la vida con cuatro escenarios que son el marco de otros tantos amores principales y otros secundarios.

Las transgresiones que escandalizaron, puede que hora también lo hagan, así como el sentido del humor y la fina ironía con la que Valle trata el tema y los hechos históricos son geniales. Nada se les escapa ni el Romanticismo de Espronceda Zorrilla ni las novelas de caballerías. El clero, las monjas y novicias, satanás, la exaltación gloriosa de la carne, sensualidad, erotismo,  sexualidad y los enamoramientos desde la infancia en un mundo de traición y carne nos hacen pensar y sonreír con este maestro de la palabra que es un prodigio literario.

He tomado varias notas, el palacio italiano de Brandeso, México, Galicia y la corte de Estella me parecen dignos de mención, también los retratos físicos y sentimentales de las enamoradas de este don Juan exaltado, pasional y cínico que afirma ante la niña Chole: “los españoles nos dividimos en dos grandes bandos: uno el Marqués de Bradomín, y el otro todos los demás”. La mentira y el fingimiento son con la palabrería y el orgullo sus señas de identidad

Los americanismos y el ritmo preciso de palabras cultas labios hidrópicos, o que nos obligan a buscar en el diccionario o nos sorprenden, uniforme de zuavo pontificio, expresiones modernistas y del reciente romanticismo de la época, nos muestran a este hidalgo cuya obra y vida, exaltada y llena de incidentes, lo convierten en un autor sorprendente sin interrupción.

La biblioteca tenía tres puertas que daban sobre una terraza de mármol. En el jardín las fuentes repetían el comentario voluptuoso que parecen hacer a todos los pensamientos de amor sus voces eternas y juveniles. Al inclinarme sobre la balaustrada, yo sentí que el hálito de la primavera me subía al rostro. Aquel viejo jardín de mirtos y laureles se mostraba bajo el sol poniente llenos de gracia gentílica. En el fondo, caminando por los tortuosos senderos de un laberinto, las cinco hermanas se aparecían con las faldas llenas de rosas, como una fábula antigua. A lo lejos, surcado por numerosas velas latinas que parecían de ámbar, se extendía el mar Tirreno. Sobre la playa de dorada arena morían mansas las olas, y el son de los caracoles con que anunciaban los pescadores su arribada a la playa, y el ronco canto del mar, parecían acordarse con la fragancia de aquel jardín antiguo donde las cinco hermanas se contaban sus sueños juveniles a la sombra de los rosáceos laureles.

Al final, “sentí la tentación de volver la cabeza y la vencí, dice el yo de Bradomín. Valledistinguirá las voces de los ecos y caminará por nuevas rutas que lo situarán en la cima del teatro español del siglo XX.

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