En estas fechas dedicar unas líneas a la figura de D. Juan es un recordatorio obligado. Este clásico es uno de los mitos literarios que también representan nuestra literatura, rica en tipos y semblanzas.
El Romanticismo es un movimiento del que soy seguidora incondicional, más al tardío, pero Zorrilla y Espronceda me parecen dignos de estudio. El estudiante de Salamanca y el Canto a Teresa siempre me gustaron.
José Zorrilla, Valladolid 1817-1893, poeta y dramaturgo, cultivó todos los géneros. La mala relación con su padre marcó su vida, sus preocupaciones pre regeneracionistas siempre las ocultó por no defraudarlo, más todavía. Su obra revela un temperamento sensual y apasionado por las mujeres. La musicalidad y una métrica rica muy variada lo distinguen en su época, aunque es D. Juan Tenorio (1844), un drama en verso, la obra a la que debe su fama. Ya era conocido por los versos que le dedicó a Larra en su funeral. Escribió la obra joven y apenas le supuso ganancias.
Tirso de Molina y algunos más habían tratado al personaje, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, pero es Zorrilla el que lo recobra dotándole de una estructura dramática y un dominio de la versificación muy superior. La obra está dotada de gran plasticidad. Hasta se le perdona alguna cursilería por sus bondades y logros. Don Juanrepresenta la ruptura de todas las normas y reglas prestablecidas que muere arrepentido y redimido por el amor. Su conducta ha sido errónea y es justamente castigado, pero sin ser abrasado por el fuego del infierno. Libertino, irresponsable, enamoradizo, matón, cínico y divertido, un personaje teatral.
Es bien sabido que toda obra literaria es producto de su tiempo y que el contexto social, cultural y literario es fundamental para entenderla e interpretarla. Sevilla, por los años 1545, últimos del Emperador Carlos V. Un lugar y un momento en movimiento, con el tráfico de personas y el comercio de Indias en plena ebullición.
Hace unos años la Compañía Nacional de Teatro Clásico estrenó un Don Juan adaptadopor Juan Mayorga, dirigido e interpretado por Blanca Portillo, que se centró en lo despreciable del personaje, en el monstruo machista que destruye, que no empatiza, que mata y viola por placer
A quien quise provoqué,
con quien quise me batí
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Su transgresión e individualismo, su fama de conquistador y rompecorazones es lo que ha quedado. Un hombre que seduce y presume, y que la vez que disfruta, un desvergonzado que al final encuentra la salvación. Para muchos es el ejemplo del síndrome del cazador. Cobrada la pieza deja de interesar. Eso lo convierte en un picaflor, condenado a la soledad.
A Gregorio Marañón debemos un estudio de la sicología de este personaje que ganó adeptos como Ramón Pérez de Ayala que lo tuvo muy en cuenta en Tigre Juan y en El curandero de su honra. Gonzalo Torrente Ballester aborda el mito en su novela Don Juan. Este mito ha merecido múltiples interpretaciones, algunas cinematográficas, como la de Gonzalo Suárez que lo presenta como un hombre atrapado por el destino cuya condena es vivir en Don Juan de los infiernos. Otros donjuanes por citar algunos son los de Zamora,Molière, Unamuno, los Machado, Grau o Puskin…a muchos ha interesado. Julián Marías, siguiendo a Ortega dice que su gran logro es saber combinar la gracia y el drama; vincular en la acción dramática el amor y la muerte.
El amor es un tema central en el Romanticismo, si es amor imposible mejor, parece que el amor verdadero no es fácilmente alcanzable. Doña Inés, la revolución de Zorrilla, salva el alma de Don Juan sin destruir al personaje enamorado y raptor de la novicia, ni tan angelical ni tan inocente.
La costumbre de representarlo año tras año los primeros días de noviembre en estas fechas ya no es habitual; la sociedad, que ha perdido el tradicional sentimiento religioso y ha ganado en libertad no lo reclama.
Recuerdo cuando solo había un canal en TV en blanco y negro y alrededor de la mesa camilla mirábamos declamar a esos actores, a algunos qué bien se les daba la dicción del verso, con un vestuario, una caracterización que se caía a trozos y que era de otro siglo. Hubiera necesitado esta obra una versión de Pilar Miró tan digna como El perro del hortelano. Pues bien, estos versos nos los sabíamos de memoria:
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares,
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador,
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Los personajes hablan con expresividad, manejan muy bien el lenguaje. Estas palabras alucinarán a Doña Inés, serán el imán con el que la atraerá, enajenada por su presencia, fascinada por sus ojos y envenenada por su aliento.
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión:
o arráncame el corazón
o ámame porque te adoro.
Celebramos estos días con otros ritos, otros mitos y otros esquemas. En tiempos de reivindicaciones LGBTQ y denuncias me too este don Juan y el mito polémico al que ha dado lugar nos hace pensar que cada época busca sus tradiciones y que dar cabida sin restricciones a la cultura más clásica de nuestro país es igualmente enriquecedor.
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