Silvina Ocampo, el barro, la duda y los algoritmos de búsqueda

Para mis antiguos compañeros de Puán, para mis alumnos

 

Un hermoso soneto de Silvina Ocampo muestra la fuerza poderosa del amor, que suscita el abandono de la propia mismidad para seguir la estela de la persona querida: “nos iremos, tu voz, tu amor me llaman”. En esos versos, el yo-poético decide dejarlo todo y acudir a esa llamada amorosa “aunque llegue a las luces del destierro”.

Recuerdo haber leído ese poema en mis clases de Literatura Argentina, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, allá por años noventa. Me había conmovido e impactado y quería volver a leerlo, pero no tenía el poemario en mi biblioteca así que decidí usar un buscador de Internet. Hice la pregunta, y ahí estaba: “Nos iremos, me iré con los que aman”. El primer y el segundo cuarteto hablan a un “tú” por el que se deja todo ante su reclamo amoroso. En el primer terceto aparece el mar y el yo-poético se lanza a navegar para seguir la estela de los embrujos del amor. Pero en el tercer verso, aparece una palabra extraña: “me echaré bajo el ala de la vela,/después de que el barro zarpe cuando vuela” ¿El “barro” zarpe? ¿No será el “barco”? Vuelvo a preguntar y me devuelve la misma respuesta. No es posible, me digo a mí misma, porque toda la imagen que aparece en el terceto está relacionada con el universo marítimo: “mar, vela, zarpe” … Lo lógico, entonces, es que sea “barco” y se trate de una errata que se ha extendido y ha desplazado a la palabra del poema original. Pregunto a mis colegas, antiguos compañeros de universidad, a familiares, amigos. Acuden prestos a mi ayuda y consultan en Google, en Bing… En todos los buscadores aparece “barro”.

Sin embargo, pese a todas las evidencias, la duda se había instalado en mí y no iba a ser tan fácil convencerme. “Quizás es la influencia surrealista”, me dijo un amigo, “que el “barro” zarpe puede ser una imagen para indicar la fuerza del amor, una fuerza que navega incluso en el barro”. La lectura podía ser plausible, pero la propia construcción del poema desmentía esa interpretación. La isotopía no se rompía en ningún otro verso y el sentido de viaje, búsqueda, abandono estaba contenido en el “barco” que había naufragado en el éter de Internet.

A pesar de las “evidencias” no me di por vencida y decidí pedir socorro. Busqué un poemario editado por Celtia en 1984, Páginas de Silvina Ocampo seleccionadas por la autora, que contiene un estudio preliminar de Enrique Pezzoni. Como no estaba accesible on line, le pedí a mis antiguos compañeros de carrera, con los que sigo en contacto, que me hicieran el favor de buscar el ejemplar en una biblioteca. Pasaron unos días, fines de semana, festivos, y la respuesta no llegaba… Pero el miércoles 21 de junio, recibo dos fotos en el WhatsApp. Eran la portada del libro y el poema, recogido en sus páginas ya amarillentas. La búsqueda había terminado. El “barco” había zarpado al fin.

Este relato, en el que se mezclan la investigación, la búsqueda de información y los recursos digitales, busca reflexionar sobre la importancia de la “duda” en nuestra vida personal, profesional y académica. Los filósofos clásicos, Descartes, Popper y otros grandes pensadores han teorizado sobre la necesidad de dudar para alcanzar la verdad y en nuestros días, es preciso volver a recordar que esa es nuestra obligación. Aceptar acríticamente lo que nos dice una máquina puede conducirnos al error, por más que su discurso sea aparentemente coherente y adecuado.

Las herramientas digitales son muy útiles, nos permiten resolver dudas de forma rápida y ahorra horas de trabajo y búsqueda bibliográfica. Pero solo son herramientas. El criterio y la capacidad de discernir se encuentra en nosotros y somos quienes debemos revisar y contrastar las informaciones que nos llegan a través de ellas.

La errata, que en algún momento comenzó a circular por Internet, ha sido reproducida en numerosas páginas web a tal punto que los buscadores -corresponsables del problema- nos dirigen sistemáticamente a sitios donde aparece el error en detrimento de los que reproducen correctamente el poema original. Pero la mente humana, que duda, es capaz de revisar la equivocación y, contra todo pronóstico, restaurar la nave en el mar del soneto escrito por Silvina Ocampo.

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