La buena letra es una novela corta, intensa e intimista, que emociona. Cuando la lees, te lleva a conocer la obra de Chirbes y de ahí a Crematorio, Los viejos amigos y En la orilla, por la que recibió los premios Francisco Umbral al Libro del Año y el Premio Nacional de Narrativa y el de la Crítica en 2014.
Rafael Chirbes (1949-2015) escritor y crítico literario, nació en Tabernes de Valldigna (Valencia); estudió Historia Moderna y Contemporánea y participó en diversas actividades periodísticas. Se ganaba la vida escribiendo artículos de viajes; profesor de español en Marruecos, con Mimoum (1988) quedó finalista en el premio Herralde. Debido a su formación y su miedo a la literatura en abstracto, su obra acaba por reflejar su tiempo, nuestro tiempo. Chirbes no entiende lo público sin lo privado, como Balzac «la novela es la vida privada de las naciones». Chirbes no hace una novela de la posguerra y la transición, sino de los personajes en la guerra y en la transición, como Galdós, al que reconoce como maestro. La burbuja inmobiliaria, el dinero fácil y la corrupción… son también algunos de sus temas. Junto con Ignacio Martínez de Pisón y Belén Gopegui dan testimonio de una generación y una época.
La buena letra aparece en 1992, cuando estaba de moda hacer dinero (Expo, Olimpiadas). Una madre anciana cuyos hijos quieren vender sus terrenos para construir. A partir de ahí surgen las contradicciones, lo material y lo ideológico «cuando se tira una casa para construir otra se destruye una parte fundamental de la memoria, la de los perdedores de la guerra en el caso de la novela», dice el autor. Parte del presente y regresa hacia atrás, puesto que comienza con la Guerra Civil y la historia discurre con el relato de esta familia en la inmediata posguerra hasta el comienzo del desarrollo económico.
Es la tercera novela del autor, ambientada en Misent, lugar ficticio. Apenas cien páginas con capítulos breves. Con una sintaxis narrativa concentrada y limpia, los acontecimientos aparecen ordenados al compás de una evolución psicológica de los personajes que evolucionan al mismo ritmo que el país y la sociedad en su conjunto. La colectividad desde la posguerra al tiempo actual. La dureza de un tiempo reflejada en los fusilamientos de las tapias del cementerio o la búsqueda de los familiares en trenes llenos de gente y de hambre. Los falangistas y el miedo que provocan los vencedores. Ana, olvidada, como los vencidos. El sufrimiento inútil, la traición y la deslealtad que deja heridos a unos personajes frustrados.
«La guerra se prolongó para nosotros en la cárcel de tu tío. Seguíamos en guerra, aunque ya hubiese oficialmente concluido, también porque al amanecer oíamos los disparos procedentes de la tapia del cementerio. Una semana después de recibir la primera carta de tu tío, empezó el calvario de los viajes. Viajar hoy desde Bovra a Mantell, resulta fácil pero entonces había que hacer transbordo, pasar horas y horas en andenes abandonados en los que el viento barría las hojas secas y los papeles, sufrir el traqueteo interminable de aquellos vagones repletos de mujeres enlutadas y silenciosas. En el primer año después de la guerra, los trenes iban abarrotados.
La gente se marchaba de sus casas, o se buscaba, y el tren recogía toda esa desolación y la movía de un lugar a otro, con indiferencia. De vez en cuando, los policías recorrían los vagones y miraban con especial suspicacia la documentación que les mostraba una de aquellas mujeres y la hacían levantarse de su asiento y se la llevaban. Entonces nos asfixiaba el silencio».
El autor renuncia a narrar acontecimientos históricos para centrarse en lo íntimo y cotidiano, incluso nos muestra la capacidad de vivir con poco y disfrutar de las pequeñas cosas
«Se ofreció a mejorar mi torpe letra, a cambio de que yo la enseñara a cocinar; a traerme de la capital frascos de perfume y cremas de maquillaje, a cambio de que yo la enseñara a coser. Me hizo un montón de promesas que a mí me ilusionaron. Pasamos mucha tarde sentadas junto a la ventana. Ella vigilaba mi caligrafía y yo sus puntadas irregulares. A veces, me leía algunos párrafos de lo que había escrito ese día en sus cuadernos. en ellos hablaba
de que, al abrir la ventana de la habitación, la luz del sol la había emocionado, o de que el aire llegaba húmedo y olía a mar. Era como si tuviese unos dedos más largos que los nuestros y pudiese tocar aquello que nosotros no alcanzábamos”
Ni el silencio ni el miedo son limpios, la literatura de Chirbes nos rescata del paso del tiempo y con él recordamos una época que hemos heredado y en la que algunos de nuestros mayores lloraron sin hacer ruido.
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