El interés que demuestran las últimas generaciones, escritores y editoriales, por la autoficción y la autobiografía está relacionado con la exhibición que vivimos de exaltación de lo personal, lo íntimo y lo social; parece que la ficción empieza a ser una seña de identidad de tiempos pasados.
Si a esto añadimos la ausencia de función poética, la falta de estructura y de ritmo en la narración, nos encontramos con un estilo natural, sencillo a la vez que atropellado, veloz e insignificante. Es lo que se ha denominado empacho del yo que transmite todo tipo de anécdotas carentes de interés y de esfuerzo intelectual. En estos textos se entrecruzan hechos y personajes de la vida real con reflexiones acerca de la experiencia del propio autor.
He leído Pensilvania de Juan Aparicio Belmonte que con otras producciones literarias reúne estas características además de reflexiones acerca de la escritura, el arte de escribir, el sentido de la existencia, el misterio de Dios, la enfermedad y el duelo que produce la muerte de un ser querido, en este caso la muerte de Rebecca, norteamericana, la casa donde el autor pasó once meses y a la que considera su madre.
Las referencias literarias de Kafka a Vargas Llosa o de Gamoneda a Claudio Rodríguez salpican este relato en el que la ironía, diversión y ligereza conjugan con la memoria sentimental que marca la identidad. Humor y acción para afirmar que hay más verdad en el corazón que en el cerebro. Nuestros ayeres proyectan imágenes en cada uno de nuestros días.
Conversaciones entrecortadas, hablar sin medida, la locuacidad y las palabras tienen un papel protagonista, se trata de un relato en el que se ha activado la fibra emocional para contar sin reparos. No hay evocación sin melancolía.
Las referencias a los hechos históricos, Transición española, Movida madrileña mezclados con datos de la cultura americana, no logran ensamblarse con el resto del relato, quizá los entresijos del mundillo literario y la reflexión sobre el oficio de escribir y vivir sean lo más logrado.
Entendemos que la literatura, real o imaginaria, conmueve y transforma, es la única manera de no caer en una vida inauténtica, superficial y carente de interés. Naturalidad no es equiparable a facilidad, los estímulos fáciles que mueven la sociedad actual producen unos resultados que nos alejan de quienes queremos ser y los valores auténticos que buscamos para darle sentido a nuestra existencia.
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