Un comentario literario para un Centenario, Nada de Carmen Laforet

En el comentario literario encontramos valores estéticos y comunicativos que el autor transmite a través de las palabras que utiliza con un estilo propio, la función poética destaca. Las figuras literarias se convierten en un elemento de relieve importante que dota de originalidad un mensaje que se dirige a toda nuestra sensibilidad y en el que la creatividad se manifiesta de manera singular y única. El texto Literario: tiene una finalidad artística o estética y crea, por medio de la palabra, mundos imaginarios y de ficción.

Presentamos este texto de Carmen Laforet, se trata de un texto narrativo en el que las circunstancias sociales y personales se manifiestan a través de una escritura cargada de emisión y sentimiento.

Texto:

Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado, y no me esperaba nadie.

Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran Estación de Francia y los grupos que estaban esperando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso.

El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida.

Empecé a seguir –una gota entre la corriente- el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado  -porque estaba casi lleno de libros- y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación.

Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas, de establecimientos cerrados, de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Borne, sobre mi corazón excitado, estaba el mar.

Debía parecer una figura extraña con mi aspecto risueño y mi viejo abrigo que, a impulsos de la brisa, me azotaba las piernas, defendiendo mi maleta, desconfiada de los obsequiosos “camàlics”.

Recuerdo que, en pocos minutos, me quedé sola en la gran acera, porque la gente corría a coger los escasos taxis o luchaba por arracimarse en el tranvía.

Uno de esos viejos coches de caballos que han vuelto a surgir después de la guerra se detuvo delante de mí y lo tomé sin titubear, causando la envidia de un señor que se lanzaba detrás de él desesperado, agitando el sombrero.

Corrí aquella noche, en el desvencijado vehículo, por anchas calles vacías y atravesé el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora, como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza.

El coche dio la vuelta a la plaza de la Universidad y recuerdo que el bello edificio me conmovió con un grave saludo de bienvenida.

Enfilamos la calle Aribau, donde vivían mis parientes, con sus plátanos llenos aquel octubre de espeso verdor y su silencio vívido de mil almas detrás de los balcones apagados. Las ruedas del coche levantaban una estela de ruido, que repercutía en mi cerebro. De improviso sentí crujir y balancearse todo el armatoste. Luego quedó inmóvil-

-Aquí es- dijo el cochero.

Levanté la cabeza hacia la casa frente a la cual estábamos. Filas de balcones se sucedían iguales con su hierro oscuro, guardando el secreto de las viviendas. Los miré y no pude adivinar cuáles serían aquellos a los que en adelante yo me asomaría. Con la mano un poco temblorosa di unas monedas al vigilante, y cuando él cerró el portal detrás de mí, con un gran temblor de hierros y cristales, comencé a subir muy despacio la escalera, cargada con mi maleta.

Todo empezaba a ser extraño en mi imaginación; los estrechos y desgastados escalones de mosaico, iluminados por la luz eléctrica, no tenían cabida en mi recuerdo.

Ante la puerta del piso me acometió un súbito temor de despertar a aquellas personas desconocidas que eran para mí, al fin y al cabo, mis parientes y estuve un rato titubeando antes de iniciar una tímida llamada a la que nadie contestó. Se empezaron a apretar los latidos de mi corazón y oprimí de nuevo el timbre. Oí una voz temblona:

“¡Ya va! ¡Ya va!”

Unos pies arrastrándose y unas manos torpes descorrieron cerrojos.

Luego, me pareció todo una pesadilla.

COMENTARIO

Hay comienzos inolvidables, novelas que no solo soportan el paso del tiempo, sino que animan a la lectura en voz alta compartida en clase para realizar comentarios o exposiciones orales que supondrán una práctica muy interesante y contagiosa.

Siempre que he leído y comentado este fragmento con mis alumnos la respuesta ha sido la misma: seguir leyendo.

Carmen Laforet, de la que celebramos el Centenario es una novelista que con su primera novela Nada consiguió el Premio Nadal en 1944 en su primera convocatoria. Pertenece a la primera generación de posguerra. Hay novelistas a los que les cuesta salir del precio de la fama de su primera novela, sucede a veces, la autora escribió más libros que son menos conocidos. Nada es la primera novela que presenta el ambiente real y problemático de una situación degenerada por la miseria de la inmediata posguerra. La novela se divide en tres partes y tiene a Andrea como protagonista, percibimos un eco autobiográfico en este libro que fue un emblema generacional, una crítica social en clave política.

Una chica joven que se enfrenta a un futuro incierto, obligado, ante el que no se siente segura. La expectación, la llegada en el tren, el amanecer en una hermosa ciudad, el aire fresco y el mar frente a unos parientes poco prometedores. La nada como título en una España pobre y fría, en la que los horrores de la guerra son el tiempo cercano. La calle Aribau, el futuro de Andrea, será tan miserable como la vida del país. La novela retrata la pequeña burguesía catalana de principios del franquismo.

Los elementos de la narración así como la prosa cuidada, hermosa, lírica y sencilla de la autora permiten un análisis detallado y la posibilidad de crear una situación semejante en la que los sentimientos protagonicen la acción. La primera persona protagonista convence y nos revela el idealismo juvenil que desembocará en un espacio asfixiante, un entorno mediocre para un sueño, el fracaso está asegurado. El análisis de los tiempos verbales en el desarrollo de la acción y de los adjetivos nos revelarán la riqueza del estilo. Octubre, un otoño que avisa del cambio de estación. Los espacios: la estación, el recorrido en el coche y la llegada combinados con las impresiones de la joven protagonista nos conquistan. El realismo del ambiente presentado junto con el compromiso de mostrar unas circunstancias desoladoras con ternura y sensibilidad son evidentes. La belleza se deprende en cada uno de los párrafos.

El tema del viaje nos permite realizar ejercicios de expresión escrita que se podrán leer en clase voluntariamente.

El machismo imperante de la época y el clima político y social, franquismo, serán el encuadre en el que situaremos una de las novelas más perdurables de la literatura en lengua castellana, claro precedente del realismo posterior, eslabón que conecta con una de las corrientes literarias más sobresalientes de nuestro panorama literario.

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