Paco Jerez nos invita a descubrir las Lindes del alma

El poemario Fines animae (Lindes del alma), de Paco Jerez, está compuesto por treinta y cinco poemas publicados por Ars poética, boutique de poesía, en la colección Ab Ipso Ferro de la editorial asturiana, en los que el poeta recorre territorios materiales y vitales.

La cuidada edición de la obra comienza con una cita de Miguel Hernández, que permite al yo-poético adelantar al lector cuáles son esas “lindes del alma” que recorren las páginas del poemario. Se trata de las tres heridas a las que cantó el poeta de Orihuela: “la de la vida/la del amor/la de la muerte”. Estas tres marcas quedan reflejadas en el primer poema, que inaugura este recorrido lírico por paisajes personales y colectivos.

En “Garnatla”, cuatro poemas dedicados a Granada, se vislumbra la mirada infantil, con la presencia literaria de Lorca y la presencia personal de la madre, los hermanos y fundamentalmente del abuelo, esa figura que acompaña y recorre, de la mano del nieto, los espacios inigualables de la Alhambra y Puerta Elvira.

“Al final de esta historia” lleva a la reflexión sobre los límites de la naturaleza y el paisaje urbano porque “más allá de los arrabales,/ donde nací,/no existe más que el campo” y “a pesar del lodo y los neumáticos,/crecen con obstinación los árboles”.

A continuación, los poemas de “Sierra de Guadarrama”, remiten a la obra de Antonio Machado, a quien ofrece el poema VII. En el siguiente, dedicado a Encarna y a Fernando, aparece una isla lejana “como un mundo aparte/donde estrenar la libertad recién descubierta”.

“Lugares de contemplación y abrigo” permite al lector recorrer, en ocho poemas, espacios iluminados por “amorosos candiles interiores” donde se mezclan las cuevas de Gorafe, el Museo de Ciencias Naturales de Madrid y la estación de un tren que parte. Pero hay otros lindes que nos permiten abrigarnos, como los brazos de amor de la madre “que con agua de cántaros y pan de alacena/nos sirven la vida en trocitos pequeños,/cantando canciones,/espantando la ausencia” o el propio hogar, donde el yo poético es un “nosotros” que contempla la noche amenazadora “desde la seguridad íntima y profunda/de las paredes de la casa”.

Los dos poemas reunidos en “Otoño, Madrid” muestran una ciudad dura y hostil a través de la mirada del artista, que se adentra en un dibujo o se pierde en el recorrido de un autobús. Pero en ese otoño madrileño también hay espacio para el amor y, con la referencia a los versos de Pablo Neruda, se cuece el verso “como pan recién horneado”.

El poema XVIII, “Gitanilla entre asfalto”, nos invita a regresar a Granada con reminiscencias del folklore andaluz -“¡Ay de ti, mi gitanilla!”-, que aparecerán nuevamente en el  XXV -“¡Ay al aire, al aire/que no lo sepa nadie”- una de las ocho piezas poéticas que componen “Manos como una vida”. En estos versos, las manos de los niños contienen el mundo de ese yo que se recrea en la presencia infantil de los hijos: “mientras las risas de Alejandro/reconocen con sus manos las paredes de la casa”; “Llueve,/y una manecita de Rubén/asoma entre los barrotes de su cuna”. Pero también hay espacio para el naufragio, porque Odiseo no siempre llega a Ítaca y los adultos pueden ser “Ulises naufragados en un coche”.

Tres poemas aparecen en “Amistad”, con claras referencias a presencias centrales en la vida adulta, afectos cercanos al alma que siguen con nosotros, aunque los alejen el tiempo o la muerte. El recuerdo los trae porque están presentes en nuestro interior “(…) Juan Pedro me saluda muchas tardes/desde su blanca camisa abierta”.

Los cuatro poemas que componen el espacio de “Tres mujeres” hablan sobre la pérdida de los seres queridos, la añoranza, el homenaje y los recuerdos. La madre, la hermana, el padre se suceden en los versos cargados de nostalgia. La escritura es una forma de “ajustar cuentas” con nuestros propios silencios y, a través de los versos, ser capaz de nombrar el amor “antes de que se me sigan muriendo/aquellos a los que debía haber dicho/tantas otras veces, ´te quiero´”.

“Estirpe” es un homenaje a la madre que encierra una reflexión sobre la vida, “un cordón umbilical dos veces roto:/al nacer de nuestros mayores/y al morir de nuestros hijos”. Para ello, remite a una cita de Antoine de Saint-Exupéry que en su obra Tierra de Hombres explica el porqué de la existencia: la vida y la muerte tienen sentido cuando conocemos nuestro papel en el mundo.

Lindes del alma finaliza con tres últimos poemas de homenaje a Nana, “en la devastación de esta realidad sin ella”, versos de hondo pesar que muestran la fragilidad de la vida y el dolor profundo de la pérdida. Un descarnado mensaje en medio de la madrugada deja la noticia más terrible, pero la vida se sigue abriendo camino y el poemario apuesta por ella porque “(…) somos capaces/de armar de Nuevo un primer relato,/un primer paisaje”. No hay respuestas a las preguntas sobre la fugacidad de la vida y el paso del tiempo, solo queda recorrer, con la mirada del escritor, esos lindes del alma y, como las palomas del poema XIII, seguir “dando las gracias/a la nueva mañana”.

Paco Jerez nació en 1962 en Madrid, ciudad donde se licenció en Historia Moderna y Contemporánea y trabajó como profesor de instituto hasta su reciente jubilación en las aulas del Instituto Francisco Giner de los Ríos de Alcobendas. Junto a su actividad docente, dedica su tiempo a la pintura, el grabado y la escritura. Ha publicado sus versos en antologías como Quinta del 63 y la revista Senso. Su segundo apellido es “Linde”, curiosidad poética que juega con el nombre de su poemario y pone en cuestión el límite entre el yo-poético y el concepto de “autor”.

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