Orografía del sentido, de José Alberto Maestro

El poemario Orografía del sentido, de José Alberto Maestro, está compuesto por treinta y siete poemas divididos en tres partes: “De pensamiento”, que comprende diecinueve poemas; “De piel”, compuesto por quince poesías y el “Epílogo”, que contiene tres. 

Antes de iniciar la lectura de la obra, el autor expone una serie de citas que permiten dar cuenta de sus influencias literarias: Joan Margarit, Vicente Huidobro, Luis Landero y José Ángel Valente. Los fragmentos de Se pierde la señal, Altazor, El balcón en invierno y Fragmentos de un libro futuro, abren el recorrido del lector por las páginas del poemario. La dedicatoria, “A Irene y Juan Pedro, por su apoyo incondicional”, nos adelanta dos nombres que volverán a aparecer en el poemario y constituyen dos pilares del universo literario del autor. 

En “De pensamiento”, el “yo-poético” se presenta en toda su diversidad. La primera persona, tanto en singular como en plural, se acerca al lector y se ofrece con sus emociones, sus ideas y sus creencias. La reflexión sobre el transcurrir del tiempo, el amor, la amistad y el trabajo se suceden junto con una crítica feroz al consumismo y la cultura del éxito, así como a la falsa promesa de gloria y satisfacción que antaño auguraba el conocimiento (“necesitábamos aprender aquello/ que no nos habían contado”). Los poemas también hablan del abandono de la conciencia (“hoy me deslizaré por los sonidos/ en un baile de fin de fiesta”) y de la necesidad de ser a través de los ecos, los aromas, las imágenes y los sabores. La muerte aparece con su presencia insoslayable (“pero ella espera, siempre espera”) y la trascendencia se presenta con una mirada nostálgica, porque las promesas de eternidad han sido reemplazadas por sueños efímeros de hermosura y riqueza (“qué tiempos los de aquellos dioses,/ quién me iba a decir a mí que los echaría de menos”). Elyo-poético dialoga, sufre, sugiere y recuerda que siempre nos guía una obsesión de encontrar y encontrarnos, aunque quizás lo único que verdaderamente tiene sentido es seguir en la búsqueda de la palabra poética. Sentir amor y transmitirlo al ser amado es una de las pocas certezas que se presentan, como propone José Agustín Goytisolo en “Palabras para Julia”, que aparece explícitamente referido en uno de los poemas de esta primera parte de la obra (“busquemos a Julia porque un día la encontramos”).  

La segunda parte del poemario, “De piel”, está compuesta por quince poemas en que se suceden las sensaciones táctiles como el frío, la humedad o el calor (“el suelo frío me recuerda que soy débil”; “hoy la melancolía nos baña con sus lágrimas”; “se seca las gotas de la frente”). Junto a estas manifestaciones epidérmicas, que encierran sentimientos y reflexiones, aparece una gran profusión de sentidos y, así, los sonidos (“un ruido pasajero a no se sabe dónde”), los gustos (“tu sabor a miel”), las fragancias (“El olor a café me recuerda a ti”) y las figuras (“sigo conservando tus ojos azules debajo de la almohada”) invitan a reflexionar sobre la memoria, lo perecedero y lo permanente. Los recuerdos infantiles, la presencia y ausencia de la mirada materna, la palabra del padre y el amor de pareja se presentan con imágenes sensoriales y reminiscencias de momentos, siluetas y lecturas. Los poemas de esta segunda parte proponen el encuentro con lo real, huyendo de la virtualidad (“por muchas pantallas y cuartos oscuros que nos deis, / nos quedamos con el amor cercano”). El yo-poético busca el contacto personal y humano y considera esta búsqueda como un gesto de rebeldía (“pero yo seguiré abriendo el buzón”), como un acto que desafía el orden de las cosas (“A veces rebusco en los cajones para hallar soplos de esperanza”). 

Finalmente, en el “Epílogo”, la voz del poeta llama a la esperanza (“No dejes de soñar/ aunque no se cumplan los sueños”), pero también llora a su amigo Juan (“no debiste haberte ido/dejas demasiada soledad”), encuentra el sentido de la vida en un abrazo (“me creo de mi mundo el dueño/ella duerme su cabeza apoyada sobre mi pecho”) e invita a festejar la vida, con todos sus desniveles, con los cientos de picos y valles que conformar la orografía del sentido de la existencia humana. 

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