John Banville, frases con estilo

Un buen amigo me ha pedido que le recomiende un autor y no lo he dudado, he elegido a Banville con la seguridad de no equivocarme. A mí me lo recomendaron con esta indicación “empieza con Antigua luz y después lee El mar, no te defraudarán.

Antigua luz se ha convertido desde entonces un uno de mis libros recomendables: el erotismo y la honda creación novelesca original e intensa, convierten a este autor en uno de los mejores novelistas vivos. El amor y la atracción del protagonista por la madre de su mejor amigo, la pasión que experimenta por una mujer veinte años mayor es una ficción tan atractiva que nos recuerda al leerlo “la antigua luz de las galaxias”. Qué bien escribe Banville, la señora Gray desnuda en el baño en un juego de espejos. La fascinación sexual, el deseo, sin vergüenzas, limpio y fresco aparece en el libro con la luz de lo memorable, de lo que queda para siempre.

Si estilo y estructura son la esencia de un libro, Banville con el ritmo propio de un gran artista, lo logra. Un joven en brazos de una mujer madura, esto nos suena. El misterio de la vida, los personajes frente a un destino ineludible, estas son las claves.

Me pareció haber visto a una diosa, pero cuando me volví hacia ella no era más que una mujer rebotando sobre una gran bicicleta negra, una mujer con aquellos alerones o charreteras en los hombros de su abrigo que por entonces estaban de moda, y unas costuras torcidas en las medias de nailon y el pelo cortado como si fuera un seto, igual como lo llevaba mi madre. Aflojó la marcha con prudencia al llegar a la verja de la iglesia, la rueda delantera le bailó y con el timbre emitió un gorjeo antes de girar a la izquierda para coger la calle de la iglesia.

No la conocía, no la había visto antes, que yo supiera, aunque por entonces habría dicho que había visto a todas las personas que vivían en nuestro pequeño y apiñado pueblo al menos una vez. Y de hecho, ¿volví a verla? ¿Es posible que ella fuera realmente la señora Gray, la misma que cuatro o cinco años después irrumpiría de manera tan trascendental en mi vida? No puedo evocar los rasgos de la mujer que iba en bici con la suficiente claridad como para afirmar con total certeza si fue una primera visión de mi Venus Doméstica, aunque me aferro a la posibilidad con nostálgica insistencia.

Lo que me afectó tanto de ese encuentro en la iglesia, aparte de la pura excitación, fue el que se me hubiera otorgado la posibilidad de echarle un vistazo al mundo de la feminidad propiamente dicha, que se me hubiera permitido acceder, aunque fuera durante unos segundos al gran secreto. Lo que me emocionaba y fascinaba no era solo la visión de las piernas bien torneadas de la mujer y sus prendas interiores fascinantemente complejas, sino la manera sencilla, divertida y generosa en que ella me había mirado, emitiendo esa risa gutural, y el revés despreocupado y lleno de gracia con que había sometido su falda hinchada.

El mar, seguramente su mejor novela, es un texto elaborado y trabajado hasta el punto de satisfacer plenamente al lector más exigente. El historiador de arte Max Morden se retira a escribir al pueblo costero en el que de niño veraneó junto a sus padres, pretende huir así del profundo dolor por la reciente pérdida de la mujer amada. El pasado y el poder redentor de la memoria. Cada palabra está tan bien situada que se convierte en una llamada por su elegancia y precisión que nos hace reflexionar

Qué pequeño recipiente de tristeza somos, navegando en este apagado silencio a través de la oscuridad del otoño

Cuando Banville se convierte en Benjamin Black, la novela negra coge impulso. El secreto de Christine, ambientada en el Dublín de los años cincuenta y protagonizada por el médico patólogo forense llamado Quirke, sentimental y bebedor, alter ego del autor, nos adentra en otro mundo en el que la escritura rápida y espontánea triunfa. “Mientras el estilo avanza, la trama debe ir por detrás arrastrando los pies. La importancia de encadenar una frase con otra hasta que al final sale una novela”.

Banville con una prosa magnífica, metáforas brillantes e imágenes espléndidas deja un rastro de buena literatura. El amor, el paso del tiempo, los conflictos de pareja, la culpa, son asuntos recurrentes en su obra en la que fondo y forma se funden, “el pasado late en mí como un segundo corazón”.

Duque de infinidades por el Reino de Redonda, Premio Princesa de Asturias, Premio Booker, Premio Kafka…y algunos más, este irlandés que escribió El libro de las pruebasEl intocable y otras cuantas obras más de igual calidad, es, junto a Coetzee, el mejor narrador vivo en lengua inglesa. Javier Marías está a su altura. Berta Isla con sus espías y traidores nos pone al servicio de la buena literatura que hay que leer. Resuenan Shakespeare y Cervantes, los dos maestros que sostienen este gran edificio.

En esas interminables noches de octubre, echados el uno junto al otro en la oscuridad, estatuas derribadas de nosotros mismos, buscábamos escapar de un presente intolerable en el único tiempo verbal posible, el pasado, es decir, el pasado remoto. Revivíamos nuestros primeros días juntos, recordábamos, corregíamos, nos ayudábamos mutuamente, como dos ancianos que caminan tambaleándose por las murallas de una ciudad en la que vivieron hace muchos años.

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