Quizá una historia de espías

Junto al juego de té recién servido, sobre la mesa de mármol blanco, una confiada mosca chupeteaba sus patas delanteras. En la sala, las puertas de acceso al jardín permanecían abiertas y, quizá para favorecer su danza, ordenaron que los visillos quedaran echados y expuestos a los caprichos de la brisa. Por entre sus hilos  se colaba una luz vainilla de atardecer con pocas nubes. Fuera, en el jardín, sonaba un gramófono. Olía a flores y el mundo parecía un lugar seguro. 

Edward dejó la taza en la mesa y reclinándose en el respaldo habló mirando a sus zapatos de charol.

—Dime, ¿cómo lo haces?

—¿A qué te refieres?

—Parecer siempre tan tranquilo, tan inalterable. Eres medio latino y se supone que la pasión corre por tus venas bárbaras.

Ernest, descargándose de modales y composturas, apartó la espalda del respaldo y, acodado en sus piernas, a mano entrelazada, dejó colgar la cabeza como lo hace quien está agotado tras haber realizado un esfuerzo titánico. Parecía también postura de confesión. Resopló antes de hablar.

—No lo sé–negaba ligeramente con la cabeza– En realidad yo no me veo como dices. Pero imagino que si me interpretas así, si todos en el club me veis de esa manera, incluso Eleonor, es que algo de cierto habrá.  Quizá sea instinto de supervivencia tras esta locura de tiempos que vivimos. Quizá tenga cierta esa falta de certeza que lleva a prestar mucha atención antes de hablar o, simplemente, sea que dejo que la tierra se mueva bajo mis pies y luego juego a crear la ilusión de que soy yo quien camino.  Mientras tanto, tras estos años de sangre, odio y desconcierto, he asumido que la pérdida es lo más común en esta vida y, en consecuencia, la veo como una invitación a disfrutar el minuto que, poco original, siempre anda muriendo. Procuro no empezar batallas inútiles y oriento mis velas a cada cambio de viento pero respetando la brújula de mis principios. En todos estos años he acabado aceptando el devenir, el caos natural y el que el ser humano genera. Pero, y esto es lo más duro y quizás lo único meritorio en mí, también he aceptado la grávida soledad del ser. 

—¿Ves? Es a eso a lo que me refiero. Hablas de algo tan inquietante y, para colmo, da tranquilidad oírte.

—No creas en los espejismos de mi manera de hablar, que nada es tan bonito como parce. En todo hay algo de truco. Porque te confieso que tras todo esto siempre me ha acechado una extraña inquietud y soledad. Siempre me he visto mirando a este orbe desde una ventana abierta. Siempre en un lugar al que nadie llegará. No por esnobismo, si no porque veo que es una condición del ser humano. En un alma sólo puede habitar un ser. Al menos en esta loca dimensión que ahora nos ocupa.  En resumen, la distinción reconociendo la distancia del espíritu tiene su precio.

—Bueno todos estamos solos en nuestra mente.

—Sí, es a lo que me refiero con frases más barrocas, y en todo eso sólo hay una cosa que nos salva de la locura, el amor. En mi caso además y por quien me ha envenenado con él, me planta en un mundo irreal a veces plástico y surrealista. Para mí, ya sin familia y con lo que te he comentado, lo que realmente me hizo humano y poco odioso, es ella. 

—Sabía que esa misteriosa mujer iba a aparecer en algún momento de tu discurso.

—Ella es quien me hace humano en medio de tanta aparente frialdad. Ella va conmigo a cada lugar, que está en cada recuerdo, en cada paso, en cada segundo que me consume, en mis venas y en mi respirar. Pero sobre todo ella me da un sentido. Es ésa guinda especial que da verdadera serenidad a mi mirada. Desde la primera vez que rozamos la piel ella quedó envolviendo a mi ser, quitando frío a todo este asunto de la vida y el existir. Así es que camino por una línea en el suelo cuando otros creen que voy por una cuerda de funambulista a muchos metros de altura El sueño de los locos, el motor de la cordura o la salvación para esa terrible soledad del ser, llámalo como quieras pero eso es de lo que ahora hablo. Honestamente no sabría decirte a ciencia cierta qué de todo esto que comento, es eso que pensáis que me muestra diferente. Imagino que será una mezcla de todo lo que ahora me hace lo que soy.

Ernest recuperó su postura y Edward quedó pensativo. Por alguna extraña razón oír hablar de aquella mujer le generaba escalofríos. Aquello merecía continuidad para generar una buena charla, pero era aconsejable la conveniente digestión de toda esa lluvia de ideas y practicar una extrema delicadeza a la hora de saber más de ella..

Entonces el gramófono paró. Un automóvil arrancó su motor al otro lado del jardín y enseguida sonaron los tacones de una mujer que bajaba las escaleras con urgencia. Ambos se miraron intercambiando una sonrisa cómplice. Un poco más abajo la confiada mosca seguía sobre la mesa de mármol. Andaba re chupeteando las patas delanteras como si en este mundo nada realmente serio ocurriera más allá de las vetas grises y negras de esa piedra pulida.