Misericordia

Ignoro por qué me llamaron Misericordia, un nombre que me costó en la escuela tantas chanzas. Pedí explicaciones al crecer. Me respondieron que el abuelo de joven, en España, había conocido al escritor Galdós. No hubo manera de confirmarlo. A cambio sé a ciencia cierta por qué estoy pensando ahora mismo en mi viejita, por qué me parece ver su cabello gris en aquellas nubes del fondo. Faltan dos horas para que amanezca y hay que cruzar el charco. Todo menos balsera, me dijo. Vas a juntarte con un bueno para nada, te vas a complicar la vida, Misericordia, hija, todo menos balsera.

Me compliqué la vida porque lo adoraba. Aún lo adoro. Y soy balsera, los dos somos balseros. Nos decidimos hace seis meses, anoté la fecha: veinte de marzo.  Y esta madrugada, como quien firma la orden más alta en una montaña de papeles color sepia, nos hemos lanzado. Han sido meses de preparar, meses de silencio, de disimulo como el de siempre pero más disimulado. Cuando se vive bajo sospecha, la sospecha real ya no da miedo. Somos balseros. Juan tiene fe en que vamos a conseguirlo esta vez, para él es la quinta. Le dije que en la quinta le acompañaríamos el niño y yo, le dije que mi familia ya no me importaba, le dije que si él era balsero, yo sería balsera porque todo lo que él es yo lo soy también. 

El niño duerme, Juan rema y yo achico el agua. Las olas están creciendo. Son las corrientes del Caribe, nuestro milésimo escollo, pero Cuba nos está quedando a la espalda y en la noche ya no se distingue su costa negra. Allá vamos. Juan lo ha soñado siempre y yo desde que estoy con él porque cuando las cabezas duermen juntas, los sueños se acompasan. Allá, en los USA, nos espera todo: libertad lo llama él así que libertad lo llamo yo. El niño duerme con el flequillo mojado y la ropita fría porque aquí el mar ya no es tan cálido. Duerme, mi hijo, mi entraña, mi chiquito precioso. Daría por ti la vida.

No pienso en nada, las olas crecen y ya no pienso en nada. Solo siento. El dolor del vientre. Lo planificamos para que estuviera perfecta la fecha, para que no lo estropease nada, así que si me viene la sangre antes de tiempo que me venga. Así le diré a Juan que el día que desembarcamos en la Tierra prometida, vino conmigo la promesa. Le diré a Juan que a partir del mes que viene ya no me vendrá la regla en un año y tendremos un hijo norteamericano. Yo no quería otro balsero. Tendremos un hijo norteamericano.

Sí, es el mes. La sangre me corre por la braga abajo, me empapa el pantalón. Está caliente, la acojo, me acompaña. Son cuajarones gordos, laten al escapar de mi madre. El vientre me duele tanto… Pero no me parto, solo me doblo. Achico el agua.

Un tiburón. Yo también lo he visto, Juan. A babor, enorme como el miedo, con su aleta silbando junto a la balsa. El ángel de la muerte. Hay otro a estribor, Juan. ¡Juan! ¡Hay otro a estribor! No son dos, amor, son cuatro. Hay que quitar al niño de la baranda, ya voy yo. Ven, corazón mío.  ¿Por qué nos rodean, bichos de muerte? ¿Qué quieren de nosotros? La sangre, dice Juan. Huelen la sangre, dice Juan. Yo la llevo corriendo piernas abajo, por mí han venido. 

El niño llora, el golpe ha sido inmenso, hemos perdido la maleta que guardaba lo mejor de nuestra casa, ha caído al mar. Los tiburones giran en torno a nosotros, otro golpe. Juan, amor, sujeta bien los remos. Otro golpe terrible. Nos hundirán. Es la sangre. Es mi sangre lo que huelen, yo la llevo. Aquí se acercan para asestarnos el golpe que volcará por fin la balsa, vamos a morir todos, mi amor, mi hijo, y es por mi sangre. Por mi sangre han venido. Y ella insensible, negra y maldita, sigue brotando.

Otro golpe más. No, Juan, no vamos a morir todos. Mi hijo, por el que daría la vida, y tú, mi amor, mi sentido, no vais a morir. Vosotros, entrañas mías, no vais a morir. Solo yo. Quieren mi sangre y la tendrán. Acurrúcate en el fondo de la balsa, pequeño mío, mírame un momento, corazón, así, y ahora ya no me mires más, cierra los ojitos, todo irá bien. Juan, no grites, no llores, no hagas un solo movimiento que no sea remar. Los diablos se vendrán conmigo. Quieren mi sangre y la tendrán. 

No hay más que hablar. Voy a tirarme al agua. Está decidido. Cuando se marchen los tiburones sigue remando, amor, lleva a mi hijo a la libertad. No habrá más golpes, se irán conmigo. Adiós, hijo, hasta siempre. Juan, fuiste bueno para mí. Te quiero.