La subjetividad en los textos

El comentario de texto es, sin duda alguna, la parte del examen de Lengua y Literatura de la EVAU que más les cuesta a los alumnos y, consecuentemente, la que peor suelen hacer. Encuentran grandes dificultades a la hora de interpretar lo que leen, sintetizar sus principales ideas y, sobre todo, analizar las características lingüísticas más relevantes. 

            No es este el momento de debatir el porqué de un fenómeno cada vez más extendido en nuestra escuela. El sistema educativo, el propio currículo de Lengua y Literatura, que año tras año se retroalimenta de las mismas cuestiones gramaticales y literarias, o el deficiente hábito lector de nuestros jóvenes contribuyen a que las preguntas vinculadas a la comprensión lectora desentonen con el resto del examen.

            En el presente artículo voy a centrarme en un único, pero determinante aspecto del análisis lingüístico del texto: su mayor o menor subjetividad, es decir, si el autor lo ha escrito con una finalidad expositiva o si, por el contrario, pretende transmitirnos una determinada tesis u opinión.

            El alumno suele circunscribir la subjetividad del texto al empleo de marcas lingüísticas tan evidentes como la primera persona, pero la opinión del autor puede filtrase a través de procedimientos más sutiles y, por tanto, más peligrosos, ya que la lengua dispone de multitud de mecanismos gramaticales que convierten en un mensaje subliminal lo que tiene apariencia de mera explicación objetiva. En este sentido, la labor del docente debe consistir en alertar a los alumnos de estas estratagemas dialécticas que envuelven en un halo de objetividad lo que no es sino ideología partidista.

            El siguiente fragmento procedente del examen de Lengua y Literatura del curso 2009-2010 ejemplifica muy bien esto.

            La introducción del uniforme escolar en los centros públicos no es una medina anodina. Puede herir sensibilidades, dar lugar a conflictos o abrir un debate más amplio sobre un orden social dado. Desde un punto de vista psicológico, atañe a la sempiterna tensión entre la necesidad de ser al mismo tiempo semejante y diferente de los demás. Los argumentos a favor del uniforme son numerosos y conocidos. Se imagina como un freno al marquismo, a ver los centros escolares como una pasarela. Desde una perspectiva psicosocial, se añade que el uniforme acabaría con la comparación entre los alumnos, se destronaría el estilo de vestir como signo de diferencias sociales, económicas, étnicas, religiosas, nacionales o incluso entre pandillas. Se cree también que favorece la disciplina, y la concentración. No faltan tampoco razones de tipo económico o sentido práctico.

            Pero vestir de uniforme tiene tras sí una larga historia. Recordemos, por ejemplo, cómo el cuello Mao se impuso a 900 millones de habitantes. El uniforme ha sido un instrumento para establecer jerarquías, distancias entre clases o castas. En suma, el uniforme trae a la memoria lo militar, la penitenciaría, la hospitalización, el internado. Evoca la despersonalización, lo homogéneo, la falta de iniciativa y de autonomía o la ausencia de sensibilidad estética. Suele oponerse a modernidad, innovación y juventud. (Juan Antonio Pérez, “Una reflexión psicosocial”, El País, 17 de junio de 2008) 

            En apariencia nos encontramos ante un texto expositivo (y, por tanto, objetivo) donde se aportan argumentos a favor y en contra del uso del uniforme en los centros escolares. El autor parece no decantarse  por ninguna opción e, incluso, subraya su equidistancia empleando un párrafo para cada una de ellas. Sin embargo es indudable que, una vez leído, la sensación que nos queda es que el uniforme escolar es más contraproducente que ventajoso.

            Veamos algunos de los procedimientos lingüísticos que nos han conducido a esta percepción final.

            1) Mediante el uso de la pasiva refleja en los argumentos a favor del uniforme (se imagina, se añade, se cree), el autor se distancia de ellos (no soy yo el que lo imagina, lo añade o lo cree, sino que son otras personas). Por otro lado, este procedimiento también relativiza la validez de lo enunciado, porque no se afirma que realmente el uniforme favorezca la disciplina o acabe con el marquismo, sino que hay personas que así lo creen. En cambio, en el segundo párrafo, las desventajas se plantean como evidencia reales, no como meras opiniones ajenas: el uniforme ha sido un instrumento para establecer jerarquías, trae a la memoria lo militar…; evoca la despersonalización

            2) El uso connotativo del lenguaje. Para seducir y convencer,  las palabras son mucho más eficaces por lo que evocan y sugieren que por lo que significan objetivamente. El autor aquí ni siquiera disimula,  enfatizando que el vocablo “uniforme” nos recuerda “lo militar, la penitenciaría, la hospitalización, el internado”

            3) Los argumentos a favor y en contra apuntan a facetas de nuestra realidad muy distintas: mientras que los primeros se refieren a objetivos sociales o colectivos (frena el marquismo, uniforma socialmente y mejora la disciplina), los segundos se dirigen a percepciones más íntimas y personales (nos convierte en presos, enfermos o miembros de un internado). En otras palabras, las ventajas se perciben como factores externos ajenos a nuestra individualidad, mientras que los inconvenientes se interiorizan más.

            4) Y, por supuesto, algo tan básico , pero eficaz como el orden: primero las ventajas, segundo, y como redoble final, los inconvenientes, cuyas funestas consecuencias se amplifican al no oponérseles ningún último contraargumento, porque con ellos se concluye el texto. Recordemos la importancia que nuestros políticos dan al turno en los debates televisivos, hasta el punto de sortear quién empieza y quién tiene la última palabra.

            En definitiva, estos procedimientos lingüísticos, que de forma aislada no parecen tan decisivos, manejados conjuntamente con sutileza terminan por inclinarnos hacia una determinada postura. Muchas veces nuestro alumnos, sobre todo los de ciencias,  se quejan de la obligación de cursar Lengua y Literatura cuando no van a tener que comentar un solo texto en sus respectivos grados universitarios. Ejemplos como este pueden convencerles de lo importante que es conocer los resortes con lo que cuenta su idioma a la hora de dar forma a la realidad. Solo así serán dueños de su lengua y, por tanto, de su pensamiento,  decodificando correctamente los cientos de  mensajes que les llegan a diario, y es que si esto ocurre con un tema tan inofensivo como el uso del uniforme,  qué no se hará con otras cuestiones mucho más decisivas en nuestras vidas.