No sé si empezar por la primavera o la vendimia o mejor aún por los fríos de enero con la escarcha y el aire que congela el rostro; el campo al cielo raso con el sabor de la tierra que hay que labrar te espera cada día para disfrutar y sufrir.
Desde muy pequeña divisaba los molinos desde el coche, me parecían gigantes, de tan grandes y robustos. Mi padre se paraba en la viña para coger un racimo, prueba son ricas y dulces. Sonaba en el coche la música de intérpretes modernos y atrevidos, los Rollling Stones, Satisfaction, qué lujo.
La sierra, como así la llaman, está cubierta de molinos de los de verdad, desde allí se contempla una de las puestas de sol más hermosas que se pueden ver; vino, queso, gachas, migas y la buena compañía de los amigos de siempre, los que has conocido desde los años primeros, en pleno franquismo, cuando casi nada era posible, sobre todo decir de verdad quién eras o qué sentías. Hermosa voté a la República y lo volvería a hacer, que no se entere la abuelita. Hay que callarse.
Las viñas, amapolas en mayo, trigo en junio, el lugar desde donde se divisa la llanura más inmensa con un horizonte limpio y despejado. Un mar marrón de verde planicie.
Las cuevas que invitan a esconderse, criptas de humedad y cobijo. En una bodega suena Supertramp.
En verano, los grillos y chicharras repiten con eco el calor sofocante de la siesta, al anochecer las parejas se unen para abrazarse entre besos y caricias, que son brasas. Gatos, que huyen por los tejados, vigilan atentos sus presas.
Las mujeres al levantarse limpian la puerta con frenesí, con avaricia limpian todo, las vecinas repasan recelosas el nivel de limpieza que se pueda contemplar a distancia.
Los chicos jóvenes se quieren sentir libres, a escondidas se enfrentan a la droga y al placer. Aprendes a actuar en silencio sin hacer ruido, pendiente de lo que piensen y digan los demás, con miedo.
La chica se ha quedado embarazada, su marido se escapa por las noches, es de izquierdas y no va a la iglesia, se han arruinado y se han quedado con dinero de los clientes, el hijo no les ha salido bueno.
La cata de tomate, la cateja, qué tomates, la salud en el cuerpo y el cuerpo también. Montas en bicicleta, una B.H. amarilla plegable, hasta las albercas próximas y sientes el agua fresca en los pies, en el puente el tren silba y no para, el pueblo ha perdido la estación, también la revolución industrial, qué más da, el labriego a su trabajo, mirando el cielo para ver si pronto caerá lluvia necesaria o granizo que estropee la cosecha.
Las ermitas de alrededor hermosas y limpias, la Virgen con trajes y joyas de rica heredera con súplicas y ruegos, que mi marido se cure, que mi madre no sufra más, que pueda mantener a los niños. El Cristo siempre clavado entre sangre y suspiros.
Amores y bailes, cantos y copas para celebrar las festividades que regalan los cultivos. Qué tierra tan hermosa, después de recorrer medio mundo no ha respirado un aire mejor ni se ha comido un dulce más rico.
Mi abuela era paleta llevaba sayas y toquillón, debajo del que me escondía cuando me daba vergüenza, qué chicota tan rica, ¿es de tu Andrés?; hermosa, qué pena criarse sin la madre que te prepare la merienda cuando vuelves del colegio, está la abuela, siempre pendiente, siempre con un abrazo de pan y chocolate, para que no te escapes.
Hay lugares que no se olvidan, vuelves para respirar y recorrer las calles en las que has sentido la vida y el amor. El campo, el sol y el aliento de los seres queridos. Ya solo te queda el sitio del cementerio, y tienes dos. Ese cementerio que guarda todos los secretos, los silencios que protegen lo que no has podido revelar, la vergüenza que les ofende.
Sí, de ese lugar me quiero acordar, lo recuerdo cada noche, recorro sus calles y acabo en la Tercia y en la calle Convento, los espacios que conservan la marca de los recuerdos, lo que no se olvida nunca.