Deslizó sus dedos por el tapete como si acariciara la piel de la amada por última vez. La luz de la vela, tímida y temblante, robaba unas pocas sombras del interior del escritorio y, como faro en costa, se enfrentaba a un mar de penumbras que vagamente dibujaban tintero, papeles, alguna cuchilla y lapiceros de artista. Más allá de eso no se apreciaba más que una densa y deforme oscuridad. Su mano, centrada en el acto que iba a realizar, avanzaba hacia el arma con que acabaría todo. El arma que mejor manejaba.
Encontró la silla a su izquierda y, sin temor a generar desvelos entre el servicio y otros ocupantes, la arrastró provocando un chirrío que rasgaba la calma de la sala. Cargó el arma, que eran una hoja en blanco y la pluma de marfil, y tomó asiento dispuesto a finiquitar aquel asunto. En la ventana chocaban los golpes de viento enojado animados por una lluvia azuzadora y bruja.
Querida Marta:
Escribo esta carta como despedida y confiando hacerla certera como para que rompa los muros que ningún ser humano debería tener. Es, por mi parte, la declaración de un acto asesino. Pero no te inquietes, que quien muere y sufre aquí, soy yo. No es tampoco una última carta dejada antes de un suicidio porque, para tal acto, debería matarme y como creo que bien sabes, desde que te vi dejé de ser yo para permitir que me hicieras muerto en vida. Porque tras nuestro encuentro adolescente, anduve, como escribió un verdadero grande, “sin mi sin vos y sin Dios”.
Por suerte para mí y para las historias de amor no documentadas, en los últimos días he podido reconocer una parte viva en mí, un germen no muerto que es quien toma coraje para escribir en esta noche de cielo enfadado y negro.
Uso esta carta, pues, esperando que, con el rematar de este medio cadáver que he venido siendo, lo poco que queda de mi otro yo se recupere y tú te liberes, no de mí, si no de quien yo fui. Y admito que ya con esta primera sangre de la tinta que se retuerce en letras y palabras, siento el morir de ése que sin ser yo, fui.
Por otro lado, con este acto que registro en el escrito no puedo decir que te deje porque tú ya me dejaste, posiblemente a los pocos minutos de tenerme tras tu primer beso veneno. Ni tampoco puedo decir que te libere porque sabes que no entiendo ataduras que vayan más allá del natural tomar de manos que practican los que se quieren.
Puedo decir que por fin, tras el acabar de esta agonía, te reconozco sin los engaños que yo mismo creaba y creía. Por aclarar un poco más, no busco tocar tu conciencia, entiendo que ciertas naturalezas son una terrible mezcla de genealogía y entorno por lo que singularidades como tú no son resultado de actos meditados. Me temo, además, que no sé puede tocar lo que no existe. Fui yo quien se hizo ciego queriendo no ver qué eres de esas personas que nacieron para ser amadas y no entienden lo que es dar amor. En las últimas semanas recuperé mi vista para apreciar tu desgana y el viaje del brillo de tus ojos que hace tiempo ya olvidó el destino de mi mirada para entregarse a la de otros. En este calvario en el calendario he encontrado momentos con tu incómoda compasión que fue motor del teatro de tus gestos para llegar a condensarlos en helados besos. Pocas peores cosas encuentro que la compasión como limosna; mal pan entregado a quien tiene sed.
Apreciada Marta, permíteme que a estas alturas ya pase de quería a apreciada, igual que sabes brillar, no puedes querer. Y en este tu pecado es donde anda tu penitencia. Te ocurre porque, sencillamente, nunca necesitaste hacerlo y el mundo te maldijo con un alma inapetente encerrada en la más linda envoltura que un hombre pueda encontrar. Tienes todas las llaves para abrir los secretos de hombres y mujeres pero, bien lo sabes, nunca te dieron la de tu propio corazón y dudo que exista. La soledad que evitas de manera carnal te perseguirá siempre en tu alma.
El ser humano es en una muy importante parte, amor. Estoy convencido de que la más alta expresión del alma sana se dibuja en la capacidad para amar. Me temo, Marta, que tú no tienes tal.
Yo he sido un tonto muerto. Tú siempre serás el más bello vacío vivo.
Sin más, me despido tras esta mi muerte.
Éste que sostiene la mano temblorosa del difunto que te amó hasta su propia pérdida, te entrega un último beso en la frente deseando que algún día, puedas encontrar tu llave.
Tras la escritura, plegó el papel, dejó un par de gotas de lacre negro, usó el sello de su anillo, tomó carta y bolsa de viaje para luego, claro de vista, conocedor de su mundo y libre de necesidad de velas, dirigirse al cuarto de Marta.
Junto al beso que posó en su sien, dejó la carta.
Había dejado de llover, el viento se detuvo y un rayo de luna iluminó la escalera de bajada hacia la puerta del palacete.