Alexis Revelo, Un soplo de aire fresco

He leído La ceguera del cangrejo de Alexis Revelo, escritor canario con una obra que ha recibido elogios por demostrar que la novela negra también es importante en España. Ha obtenido varios premios y cuenta con el apoyo de los lectores. La recomendaré a mis alumnos.

La novela transcurre en un espacio geográfico inigualable, Lanzarote, ese paisaje volcánico y extraño que enamora en su radical y ambicioso atractivo. Tierra desértica de pleno mar. El sargento Fuentes, militar destinado en el Líbano, sigue los pasos de Olga Herrera, su compañera sentimental, que investigaba la obra de César Manrique y ultimaba su biografía, el artista más famoso de la isla; arquitecto que defendió el desarrollo sostenible e hizo de la isla su obra más emblemática. Se le deben construcciones tan famosas como los Jameos del Agua, el Parque nacional de Timanfaya o el Mirador del Río desde donde divisar La Graciosa.

En una trama tradicional el protagonista tendrá que desvelar la posibilidad de un homicidio en lo que parece un accidente casual. Irá descubrimiento en medio de ese paisaje la verdad a través de la obra de Manrique, su lucha por desterrar de Lanzarote el destrozo inmobiliario que asoló la costa española. Los diálogos ágiles y bien construidos con localismos canarios ayudan a unos personajes creíbles. Los títulos de los capítulos invitan a la lectura.Un viaje en el tiempo para descubrir la corrupción y la usura a toda costa, la fuerza de la codicia. El amor y el engaño también están presentes junto al silencio de los que no quieren ver lo que más duele, la inactividad del indiferente. 

No regresó a Arrecife. No le apetecía meterse en el hotel antes de mediodía. Fue hacia el sur, a ver Playa Lunar. Olga la mencionaba en el libro no porque allí hubiese alguna intervención de César, sino por lo contrario: se refería a ella como ejemplo de atentado contra el medio ambiente y de lo que Manrique describió como “arquitectura fascista”. Era una zona costera perteneciente al municipio de Viéitez donde, originalmente, solo había un grupo de casitas de pescadores entorno a la playa del Lunar. Hasta que en los años ochenta la especulación la fijó como su objetivo y así acabó convirtiéndose en la actual Playa Lunar, no sin la resistencia de los habitantes originales. De hecho, aún permanecía allí una última casa de pescadores, la Casa Violeta, que había acabado convirtiéndose en un símbolo de la resistencia al desarrollismo.

Como aclara el autor al final del libro, este punto podría haber estar en cualquier punto de las playas españolas, inventa el lugar puesto que la novela tiene como trasfondo el legado de César Manrique y los atentados medioambientales, las corrupciones y los desmanes del desarrollismo en la isla de Lanzarote. El autor nos abre los ojos a la verdad, hay que estar atentos a la verdad no como los cangrejos que pueblan los Jameos del Agua, ciegos y ajenos a la realidad. La ceguera de una sociedad que calla y cierra los ojos ignorando la belleza de un lugar privilegiado. 

La anécdota era conocida y, además de reseñarla en el libro, Olga se la había contado varias veces, añadiendo u obviando detalles. Debió de suceder a mediados de los sesenta. César Manrique ya había decidido instalarse en la isla. Vivía de alquiler en Arrecife y trabajaba en un estudio prestado que habría de abandonar pronto. En una de sus rutas por la isla, paró el coche ante un malpaís en las inmediaciones de Tahíche. No lejos de la carretera, en medio del mar de lava negra, vio una pequeña higuera que surgía del suelo aparentemente estéril y quiso verla de cerca. De pronto, descubrió que lo que veía no era una higuera pequeña, sino la parte superior de un árbol adulto que nacía en el fondo de una burbuja volcánica. Continuó explorando la zona y encontró, guiándose por la vegetación escasa y superviviente, otras burbujas subterráneas que habían quedado en el terreno tras las erupciones del siglo XVIII. Dio, al menos, con cinco aprovechables. Entonces empezó a concebir la idea: construir su casa allí, a partir de aquellas semiesferas de aire que el volcán había respetado

César Manrique falleció en 1992, murió en un accidente; poco después llegó Saramago a Lanzarote. Ambos pertenecían a la lucha ecologista para proteger la isla de la especulación y el destrozo medioambiental. Los dos amaban esa tierra espléndida en la que se puede respirar. Allí empezó a escribir El ensayo sobre la ceguera, una de las novelas más importantes de la segunda mitad del siglo XX, que lo consagra como el gran escritor que fue “la ceguera representa la pérdida de la razón, ese es el gran problema de la actualidad. Muchos de los conflictos y de los errores que existen en la actualidad dejarían de existir si el hombre usara la razón teniendo en cuenta los derechos del otro y la vida del otro”.

En la página 175 leemos:

Ángel se entretuvo mirando los reclamos enmarcados de las jornadas, conferencias y exposiciones que habían tenido lugar en la casa museo a lo largo de los años. En los carteles aparecían algunos nombres que conocía y otros que Olga había conseguido que le sonaran, como los de Günter Grass y Susan Sontag. José Saramago tenía un cartel aparte, con un texto que reproducía un discurso o parte de un discurso suyo, bajo una foto en blanco y negro de aquel portugués que un día decidió vivir el resto de su vida en Lanzarote.

Alexis RaveloCésar ManriqueSaramagoLanzarote, una buena oportunidad para respirar.

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